No por estar juntos en un mismo lugar se logra una comunicación efectiva y productiva. Pero estar juntos, en un mismo lugar, es la condición para el acercamiento y la acción colectiva.
Las consecuencias de la digitalización acelerada son enormes para el mundo de la educación superior. Por paradójico que parezca hemos aprendido que los lugares no son importantes y que los lugares son importantes.
El mundo prepandemia nos impulsaba a ir a todas partes: el turismo académico se convirtió en un elemento de competencia entre las escuelas de dirección.
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La oferta de experiencias disímbolas y en los entornos más exóticos devino en un mantra multicultural postulado, por algunos, como condición de un ejercicio exitoso de la gestión empresarial.
Se ha demostrado que los lugares no son tan importantes. Se puede trabajar o informar desde cualquier sitio. Lo importante no es el sitio sino la calidad de los contenidos, de los conocimientos que se generan, de las innovaciones que se impulsan.
La digitalización de las actividades académicas y económicas nos ha permitido estar conectados con las mejores universidades, catedráticos y programas ofrecidos en cualquier parte del mundo.
Pero aparte de añoranzas sentimentales o planteamientos románticos, los lugares se han revalorado como los espacios de encuentro y convivencia, sin los cuales nuestras relaciones sufren e incluso de deshumanizan.
Que la reapertura de la actividad académica y económica haya sido una prioridad vital para la mayoría de los gobiernos, es una prueba de la necesidad de la presencialidad o confluencia en sitios concretos para lograr interacciones humanas productivas.
Esta paradoja -la relatividad y la importancia del lugar- nos ha permitido distinguir entre lo necesario y lo superfluo. Las juntas presenciales -interminables y densas de individuos- han demostrado su obsolescencia.
El apelmazamiento por obligación, para escuchar soliloquios informativos reiterados, no genera datos, ni comunicación y mucho menos conocimientos operativos.
No por estar juntos en un mismo lugar se logra una comunicación efectiva y productiva. Pero estar juntos, en un mismo lugar, es la condición para el acercamiento y la acción colectiva.
Las sesiones, clases o conferencias rebosantes de participantes, por ese hecho no significan aprendizaje, comunicación o llamada a un futuro visionado.
Hay escuelas que sufrían incluso antes de la pandemia, de la evasión de los participantes y estudiantes, vía los celulares o las computadoras conectadas a internet.
El núcleo de la educación superior y de la educación para ejecutivos no está en el lugar, sino en el contenido de lo que se propone, discute o enuncia de cara a la transformación de las personas y las organizaciones.
No se pueden interiorizar los contenidos dispersos en el ciberespacio, sin intencionalidad actual. La atención no se enfoca en muchas de las tareas en línea, porque permiten las actividades multitask que disgregan y vuelven irrelevantes los contenidos, pues se privilegia la forma sobre el fondo.
La transmisión de datos o informes puede ser meramente digital, su asimilación y decantación en acciones consecuentes, requiero sitios concretos desde los que se dispara la actividad conducente.
Como ya lo hemos venido comentando en estos artículos la renovación de nuestras escuelas de dirección, para alcanzar los nuevos desafíos que nos presentan la IA, los contenidos en la red y la diversificación de fuentes de conocimiento, nos impone la necesidad de nuevos paradigmas académicos, organizacionales y de desarrollo personal.
Lo fundamental no es aprender o trabajar en un lugar. Lo fundamental está en que el lugar sirva para generar relaciones de calidad entre los miembros de la comunidad académica y empresarial.
Se trata de que las relaciones humanas sean auténticas. Y eso quiere decir que sean mutuamente enriquecedoras.
Relaciones auténticas y enriquecedoras requieren empatía, trabajo serio y profesional, disciplina y encuentros civilizados en los que la búsqueda de la verdad y el bien, discrimen entre lo que es justo y anómalo, entre lo que es verdadero y aparente, entre lo que es bueno para todos y lo que lleva a la imposición del interés particular.
Y ésta es una actividad dialógica que requiere de la presencia consciente y la atención focalizada mutua, más factible de lograr en lugares o ambientes aptos para la enseñanza, el aprendizaje y la innovación.
Se trata en definitiva de que las relaciones de enseñanza y aprendizaje produzcan mayor valor, en primer lugar, para las personas, pero también para las organizaciones e instituciones y para la sociedad en sus dimensiones económica y política.
Y para ello el lugar de encuentro, el sitio para coincidir y el espacio para debatir y elaborar juicios que fortalezcan la prudencia, resulta ser una condición sin la cual no es posible una auténtica interpelación humana.
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Hace unos cuantos lustros quedó claro que la globalización no elimina lo local. De la misma manera la digitalización no hace innecesaria la presencialidad.
Hoy lo local y las cadenas de valor cercanas vuelven a ser estratégicas, pero es que nunca habían perdido su valor y necesidad. La globalización y la digitalización a ultranza despersonalizan, cosifican y monopolizan la narrativa y la interpretación de la vida humana.
Lo local es lo que nos une con las personas que más importan para nuestras existencias. La presencialidad en la educación nos permite entrar en un proceso de interacción, en el que el desarrollo de cada sujeto en su singularidad, sea el objetivo primario y final.
La revolución tecnológica, que tantas bondades tiene, requiere que se utilice en lo académico, en lo socio-económico y en lo político, para generar nuevas posibilidades de integración, inclusión y desarrollo personal y social.
La clave está en la priorización de los elementos determinantes de los procesos. Siempre lo primero es ‘el quién’: las personas a las que nos dirigimos en los diferentes cursos de evolución, para ayudarlas en sus necesidades y demandas; lo que viene inmediatamente después es ‘el qué’. Se trata de discernir qué es lo esencial de lo accidental, cuáles son los contenidos, en qué radican los entregables.
En tercer lugar aparece ‘el cómo´. Algo que se revela como vital, pues tenemos que diseñar procesos que sean capaces de obtener los grandes resultados que deseamos. Ahí la tecnología, la digitalización y la IA artificial tienen articularse con la prioridad humana en la que el lugar, la presencia y la relación personal son determinantes para el desarrollo y el crecimiento.
El hogar, la escuela o la empresa no son simples emplazamientos, sino sitios privilegiados para las relaciones valiosas diversificadas en función de los contextos, pero que buscan la integración del ser humano en todas sus dimensiones.
La idea de la irrelevancia de los lugares -escribe Daniel Innerarity en ´La sociedad del desconocimiento´(2022)- era propia de la sociedad de la información, pero la sociedad del conocimiento tiene una relación más intensa con el espacio y la presencia.
Las condiciones de la instrucción no son las mismas que las del aprendizaje”. Por ello el desafío de las escuelas de dirección es reivindicar, ante la escalada de la digitalización y la tecnologización, la primacía del ser sobre el hacer, la personalización que requiere de las coordenadas del aquí y el ahora y el sentido social de la educación. Todo ello con el uso creativo de las tecnologías de la información.
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Las escuelas de dirección tienen que optar por formar o informar. La formación siempre incluye la información, pero la información considerada como datos a granel, difícilmente se traduce en decisiones prudenciales valiosas, que aprovechen las oportunidades y cristalicen las innovaciones en mejores condiciones de vida para todos.
Porque, en último término, de esto se trata: de que las escuelas de gobierno hagan posible que las tareas de dirección sirvan para el beneficio común, que es el de todos los involucrados y los grupos de interés.
La información puede llegar de y a cualquier parte, pero las experiencias educativas en profundidad requieren de tiempo y espacio, de un lugar concreto. De un ecosistema de exigencia, solidaridad y disciplina.
La educación, que es una forma de gobierno, implica la relación personal, pues lleva a los sujetos a la efusión, que es una expansión intensiva de la inteligencia y la voluntad, como consecuencia de la interacción con los otros en el aquí y el ahora.
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Formar en la prudencia que es virtud esencial del gobernante, requiere de la socialización que sólo mediante el contacto humano, académico y trascendental permitirá a las escuelas de dirección cumplir con su misión.
Para ello hay que integrar lo global con lo local, la información y el conocimiento, el tiempo y el espacio, la relatividad y centralidad de los lugares.
Un lugar -un ´locus’- es punto de concentración de intereses, objetivos y visiones de futuro que permite generar procesos de desarrollo personal y colectivo. Pero el lugar siempre es un accidente, lo sustantivo son las personas.
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