¿No sabes qué responder?
No debemos olvidar que lo que aprendimos y enseñamos en esta vida nos convierte en quienes somos, y es por ello que necesitamos ser valientes para dejar una huella profunda en nosotros mismos y en los demás.
No sé si sabían, pero la razón por la que algunas personas no buscan apoyo psicológico no radica sólo en el hecho de que haya algunas creencias sobre las terapias en sí, por cierto, alejadas de la ciencia, sino también en no saber exactamente qué compartir con alguien desconocido.
Con frecuencia, escucho frases como “No estoy loco(a)…solo para aclarar”, “No estoy aquí porque lo necesite”, “No sé que contarte, en realidad estoy bien, pero mis padres y/o mi pareja piensan lo contrario” entre otras.
Este tipo de frases no solo perturban la mente confiablemente silenciosa de la persona que está dispuesta a escuchar y comprender, sino que también perpetúan estas creencias a través de las generaciones. Además, enseñan a los demás a abandonarse a sí mismos, a sumergirse en sus problemas y a sufrir voluntariamente.
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Las famosas autoras turcas Büşra Sanay, Muazzez İlmiye Çığ mencionan en su libro “Yaşadım Demek İçin Ne Yapmalı? (¿Qué debo de hacer para decir que he vivido?) que el hombre ocupa en este mundo tanto espacio como su mente.
Cuando leí está frase, me detuve para respirar y pensar. Pensar en todas aquellas personas a quienes les resulta tan fácil hablar de sí mismos; de sus logros, de lo que tienen y hacen, mientras no pude dejar de preguntarme, ¿por qué será tan difícil hablar de quien realmente somos con los demás?
Recientemente tomé una capacitación donde invitaron a los docentes de 36 estados a participar en un foro visible a todos los participantes respondiendo a las siguientes preguntas:
“¿Quién eres?”
“¿Qué o quién te ha influido positiva o negativamente en tu vida?”
Realmente me sorprendió bastante la rapidez con la que, sin pena, ni cualquier tipo de temor o preocupación, respondían algunos participantes. Una vez más me fasciné por la flexibilidad mental de la cultura en la que vivo porque en mi cultura no se hacen este tipo de preguntas en un foro de discusión, ya que están percibidas- la mayoría de las veces- como algo muy personal, incluso intimas.
Pues dicho eso, obviamente tardé en responder a las dos preguntas. En mi mente aparecía una y otra vez una alerta de alto grado diciéndome “¿Porque tengo que hablar en público de quien soy y que o quien me haya influido de manera positiva o negativa en mi vida?” Y sentí tanta resistencia que me acuerdo haberme rendido. No respondí, aunque sabía que tenía que responder.
Claramente sabía que no tenía nada que esconder, pero mi resistencia seguía evitando dar este paso. Y descubrí que no me gustaba la idea de exponerme con personas desconocidas. Y justo en ese momento entendí lo que algunos estudiantes o pacientes sentían cuando les hacíamos preguntas específicas, y me dio una vergüenza enorme el haberme quejado en mi reflexión final en el congreso de tener la obligación de responder a estas preguntas.
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La verdad es que NO me agradó para nada estar del otro lado, del lado de quien tenía que responder. Al contrario, me sentí bloqueada. A pesar de haber dado sin problema muchos ejemplos de mi vida personal con conocidos y desconocidos en conferencias y talleres, lo que me paralizó interiormente no solo fue un hábito cultural aprendido sino tener que hacerlo, tener que “exponerme” con personas desconocidas sobre aspectos importantes de mi vida en un contexto académico. Sin embargo, esto no es así cuando buscamos ayuda mental.
Verán, por lo general, no rezongamos cuando vamos a pedir ayuda médica, entonces ¿por qué nos quejamos al tener que atendernos para mejorar nuestra salud mental y poder disfrutar de una mejor calidad de vida?
Todos queremos dar una buena impresión, pero parece que nuestro valor y nuestra credibilidad dependen cada vez más de las imágenes que estamos compartiendo en las redes sociales, foros, etc. como si fuéramos una marca o un producto que queremos promover, así como lo que contamos de nosotros mismos a los demás. ¿Será realmente el caso?
Con esto no estoy sugiriendo que descuidemos nuestra apariencia y la forma de expresarnos, pero si bien es importante el dar una buena impresión, me cuestiono qué es lo que estamos cuidando más: ¿nuestra imagen perfecta y feliz, o nuestro yo verdadero que está en constante reinvención a lo largo de la vida buscando conocerse y reconocerse a sí mismo?
Es fundamental tener presente que una persona enfocada en reinventarse desde el interior adopta un enfoque diferente en comparación con los demás. En primer lugar, no habla constantemente de sí misma, ni se presenta ante los demás basándose meramente en sus títulos y logros debidamente merecidos.
Esto se debe a su conocimiento de que, al definir su ser en ellos, se limita, se encarcela y se enfrenta a una insatisfacción insaciable y destructiva. Y no siempre, pero muy seguido, aquellos que lo rodean no solo sufren debido a esta limitación, sino también a su deseo inagotable de validación y aprobación.
En realidad, el camino más sabio que podemos recorrer es permitir que los demás nos conozcan a su propio ritmo, sin imponer una predisposición dominante que pudiera alejar a las personas de nuestra presencia y entorno.
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¿A qué voy con todo esto?
Resulta más fácil crear una imagen de nosotros mismos en los demás y creer en ella en lugar de descubrir quién realmente somos. Hay individuos que viven toda la vida así inconscientemente o tal vez por preferencia. Ninguno de los dos está bien o mal. Sin embargo, cualquiera de los dos puede causar en nosotros mismos un dilema enorme si no le damos suficiente importancia a tiempo.
Hay que cuidar nuestra imagen, pero sobre todo desde el interior ya que será la única que nos acompañará hasta el lecho de muerte. Quizás la palabra “muerte” no te llama mucho la atención ya que eres muy joven o tal vez no quieres reflexionar todavía sobre ella.
No obstante, después de haber acompañado a muchas personas en su proceso de muerte, te puedo decir que una de las frases más recurrentes que he escuchado es:
“He vivido mi vida para los demás, sin importar lo que yo quería y pensaba. Siempre he estado en el segundo lugar para mí mismo, y muchas veces en el último. Y ahora que todo a lo que llamo vida está por terminar, veo que he llenado a todos y me he quedado vacío. Y nadie es capaz de brindarme lo que en este momento me hubiera hecho sentir mejor: sentirme en paz conmigo mismo. Pero ni siguiera sé quién soy, solo sé quién he sido.”
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Estas palabras fueron las ultimas pronunciadas por una persona a quien acompañé en un cuarto solido de un hospital pintado de blanco por adentro y amarillo por afuera. En este día caluroso, sostuve la mano de esta persona entre las mías y pude sentir no solo su angustia mental, sino también como su mano dejaba poco a poco de tener y sentir la vida.
Con lágrimas en mis ojos, me sentí afortunada de poder acompañar a esta persona a su último viaje durante dos semanas. Sin embargo, en este corto período de tiempo no pude lograr lo que pudimos haber entendido, asimilado y mejorado en más de 60 años de vida con logros increíbles.
Recomiendo no tomarnos demasiado en serio cuando nuestra mente se enfoca en hablar de manera temporal o constante de nosotros mismos y de nuestros logros, sino más bien centrarnos en la razón por la que preferimos o tenemos que hacerlo.
No debemos olvidar que lo que aprendimos y enseñamos en esta vida nos convierte en quienes somos, y es por ello que necesitamos ser valientes para dejar una huella profunda en nosotros mismos y en los demás.