Criar, trabajar y las escuelas que nos odian
Ni los horarios de las escuelas ni las exigencias de estas instituciones y de lo maestros ayudan a las madres trabajadoras a criar a sus hijos. De hecho, estas instituciones se volvieron en las enemigas de mujeres que eligieron tener hijos y trabajar a la vez.
Se sabe, espero, que ser madre implica ya un trabajo de tiempo completo ante el cual las mujeres con empleo remunerado nos sentimos permanentemente en falta.
Para trabajar y criar con alguna suficiencia en este país hay que tener muchos recursos: dinero, por supuesto, pero también tiempo, energía, varios pares extra de brazos. Estos son recursos muy escasos.
Entonces la maternidad es la que es y los trabajos son lo que son: el binomio de la tan llevada y traída doble jornada que, a estas alturas, ya por salud mental, hemos procesado. Pero hay un tercer factor en la estructura social que erosiona la vida de las personas que tienen hijos un día hábil a la vez: las escuelas.
Estrategias para apoyar a las madres que amamantan a sus hijos en la oficina
¿Por qué las escuelas son lugares tan extraños?
Las escuelas son lugares muy extraños y, en particular, creo que las incorporadas a la Secretaría de Educación Pública (SEP), nos odian. Su mecánica es incompatible con la vida de la clase trabajadora.
Para los niños pequeños la jornada habitual empieza a las 9 y termina a la 1 o dos de la tarde. Pero los trabajos en este país normalmente comienzan a las 9 y terminan a las 5 o 6. ¿Cómo se hace esto? Hay que armar un rompecabezas del tejido tiempo-espacio-dinero solo para cumplir a la par con llevar a la criatura a la escuela y trabajar para cobrar la quincena. Es hacer magia.
Luego están los útiles. Las listas infinitas que se piden al inicio del curso y que suelen incluir, ya sin complejos, rollos papel higiénico, kleenex, aerosol desinfectante, alcohol en gel, etc. Está bien, no vamos a regatear la higiene de nuestros hijos, qué más da.
Crees que ya compraste todo lo que hará falta para el año y te convences de que para algo de provecho utilizarán los 25 pliegos de papel América verde.
Un jueves cualquiera de octubre (o de marzo, es aleatorio) llega tu pequeño con una nota de la maestra pidiendo “una bola de unicel del número 15 pintada de azul marino”. Hay que entregarla mañana, desde luego.
Si tienes quien te cuide a la(s) criatura(s) puedes ir a buscar en seis o siete papelerías tú sola antes de la hora de cenar. Si no, hay que preparar una pañalera, un par de biberones, acoplar la carriola y todo el ritual para salir de la casa.
Logras ir a una papelería y media, porque cuando llegas a la segunda tienes que cambiar al más pequeño (en un baño sin cambiador), el más grande se pierde por 15 minutos, toma cuatro o cinco cosas y las rompe, las tienes que pagar al final, y terminas por comprar una bola, pero de hule y no del 15, sino del 7.
No hubo pintura acrílica azul marino, solo azul pastel, pues eso. Mañana, en la escuela, estarán en falta tú y tu hijo, pero es lo que hay.
Los contagios escolares, otra paradoja sin respuesta
Luego está la gran paradoja de los contagios escolares. Ese círculo vicioso que empieza cuando la criatura entra a ese pozo infestado de virus y bacterias que es el salón de clases.
Se enferma el nene. Se tiene que quedar en casa para curarse y para no contagiar a los compañeros, aunque el tuyo se haya contagiado porque otra madre llevó a su criatura al salón con 38 de fiebre. ¿Alguien puede culpar a esa señora? Yo no. Yo sé que lo hizo porque no tuvo alternativa. Tú misma has estado en esa situación: ¿Quién cuida a la nena? ¿Tú, que trabajas?, ¿quizá tu pareja, que trabaja?, ¿Tu madre que vive en otra ciudad?, ¿Tu padre? ¿Pagas por que alguien más la cuide? Pagas por que alguien más la cuide.
Después te enfermas tú. Después se enferma el padre, luego el otro niño. Al final te gastaste 3 mil pesos en medicinas. No vamos a entrar, en esta ocasión, en detalles sobre la implicación de optar por acudir a la salud pública. Enjuague y repita 15 veces entre agosto y junio.
Cuando por fin rompiste el ciclo de los mocos y la bendición está lista para ir a la escuela, no se puede: es día de descarga administrativa.
¿Cómo cuidar la salud mental de las mamás trabajadoras?
Exterminar la compasión, el síntoma que demuestra que las escuelas no son buenas
Y aquí está la evidencia de que, como dijo Lisa Simpson, este maldito sistema está mal. Está hecho para exterminar la compasión, para ponernos en contra los unos a los otros hasta matarnos y extinguirnos. ¿Quién dio el ok a los viernes de consejo técnico? ¿QUIÉN? Para los profanos, el último viernes de cada mes no hay clases. ¡No hay clases!
El sistema está tan roto que las matemáticas mentales de la SEP concluyeron que hace falta un día sin clases para que las maestras y maestros hagan labores extra-aula, se organicen y tomen decisiones, lo cual en principio no está mal, que se organicen como bien puedan, pero ¿quién cuida a las criaturas? ¿Yo, que trabajo? ¿el padre, que trabaja? ¿los abuelos, que no viven aquí o que están enfermos o que trabajan también? ¿pagas por qué alguien más las cuide? Pagas por que alguien más las cuide.
Medidas como los viernes de consejo técnico deberían ir acompañadas con soluciones como personal adicional para atender a los niños, el derecho al trabajo remoto para los padres o bien a no trabajar ese día.
En el último de los casos, por lo menos, uno de esos apoyos sociales que están tan de moda, para resolver este problema en concreto, ¿un programa de ludotecas del bienestar? ¿niñeros de la nación? Lo escribo y siento que hablo de un unicornio similar a la licencia por paternidad, o al sistema integral de cuidados que prometen cada seis años. Pero estamos en México y aquí hay que hacer magia.