Es importante saber que las emociones no se controlan: se gestionan, y esto sí es posible de practicar e integrarlo en nuestra forma de ser.
En las últimas semanas, algunos líderes públicos a los que les gusta lucir su ropa de guerra, han exhibido un tono más conciliador en entrevistas, redes sociales y hasta en algunos mensajes clave, convocando a sectores moderados para avanzar en reformas o abordajes de situaciones coyunturales.
Crónicas recientes describen una versión más moderada en la forma de comunicar (lenguaje, gestualidad, estructura del discurso), con mayor foco en el argumento y menor uso de descalificaciones o exabruptos.
Aunque algunas veces puedan seguir pendulando entre dos extremos, como lo han hecho otras figuras a lo largo de la historia.
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¿Se puede cambiar tan rápido? Lo que dice la evidencia
La psicología y los que trabajamos con el cambio conductual sugiere que micro-habilidades de regulación emocional y comunicación se pueden mejorarse en semanas, mientras que hábitos estables de estilo se consolidan en meses con práctica intencional y deliberada.
Por ejemplo, la terapia cognitivo-conductual (TCC) suele ser eficaz para reducir ira, con protocolos típicos de pocas sesiones.
La formación de hábitos (por ejemplo el de no responder de inmediato, hacer pausas, reencuadrar y elegir lenguaje no agresivo) promedia alrededor de 66 días corridos, con rangos amplios según la conducta y la persona, porque no todos somos iguales. La gran clave es persistir y continuarlo en el tiempo, para anclarlo positivamente como un nuevo comportamiento.
Otras técnicas puntuales como etiquetar las emociones (ponerles nombre y apellido en el momento) muestran efectos inmediatos a nivel cerebral —disminuye la reactividad emocional y aumenta el control ejecutivo—, lo que ayuda a bajar la intensidad al instante. A su vez, programas de mindfulness y entrenamiento en regulación emocional también reducen ira y agresión con efectos comprobados a nivel científico.
‘Domar’ la fiereza de una persona: cuatro claves
Partiendo de la base que cualquier individuo que desee cambiar y transformarse cuenta con el recurso de la neuroplasticidad cerebral para que, si lo hace a consciencia, lo logre, sí es posible ‘domar’ el aspecto hostil de una persona. Requiere de disposición, paciencia y dedicación consciente.
Aquí van cuatro hipótesis de recursos que son útiles en estos casos, tanto para los ejemplos de arriba, como para cualquiera de nosotros:
1. Autoconciencia y entrenamiento de la conducta
Una persona descontrolada y permanentemente agresiva denota que no cuenta con desarrollo personal ni inteligencia emocional. El modelo de procesos de regulación emocional (por ejemplo, reinterpretar o redirigir la atención) explica que ciertas estrategias tempranas tienen mejores efectos que suprimir las emociones. Es importante saber que las emociones no se controlan: se gestionan, y esto sí es posible de practicar e integrarlo en nuestra forma de ser.
La regulación emocional es la capacidad de dirigir y elegir la respuesta ante lo que sentimos, en lugar de quedar a merced del primer impulso. No implica negar la emoción, sino administrar su forma de expresión para que sirva mejor en el relacionamiento humano. En contextos de alta exposición, el giro clave es pasar de reaccionar a responder asertivamente: crear un microespacio entre el estímulo y la conducta (una pausa breve, un reencuadre mental, una respiración enfocada) que permita elegir qué decir, cómo y cuándo.
La autoregulación emocional en acción combina tres palancas: atención (observar la señal interna o detonador: tensión, velocidad de habla, calor corporal), intención (recordar el objetivo del mensaje y no perderlo de vista) e intervención (técnicas concretas como ponerle nombre a la emoción, cambiar el foco de tomarlo personal hacia el hecho y no las personas, bajar el volumen y el ritmo). Así, la persona no cambia su personalidad ni su temperamento, pero modula la manifestación conductual: conserva su convicción y firmeza, y reduce expresiones que sabotean la conexión el afuera.
Desde el punto de vista comunicacional y discursivo, si se suma esa regulación ya definida por Daniel Goleman y otros como uno de los pilares de la Inteligencia Emocional, se requiere entrenar la disciplina de estructurar los mensajes y dominar los sentimientos sin guardarse nada, y hacerlo no en forma combativa y destructiva -lo que se logra al definir marcos, reforzar ideas y repetir puntos clave-. Así se llega a decir lo mismo con otros tonos y matices, sin perder énfasis ni potencia.
2. Trabajo clínico
Sin inferir ningún caso en participar, y en un sentido amplio, profesionales psicólogos o psiquiatras, según el caso, pueden producir grandes avances y cambios en poco tiempo.
Los espacios de manejo de la frustración, ira y del ego, se pueden complementar en ciertos casos evaluados médicamente, con fármacos específicos para reducir la irritabilidad, la tendencia a sobrerreaccionar ante cualquier gatillo mental disparador, la frustración y la agresividad, sin perder lucidez ni agilidad para tomar decisiones.
Contar con apoyo de medicamentos no debe excluir el trabajo con las habilidades en sí: se llaman habilidades sociales, y son las que definen la forma, el estilo, el tono y el marco de relacionamiento de una persona dentro de su contexto y sus fines.
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3. Conveniencia estratégica e incivilidad
La literatura muestra que la incivilidad de élites reduce la confianza en esas personas. Muchas veces se cae en ella al querer demostrar poderío, fortaleza y dominio: es decir ser percibidos como “invencibles”.
Este comportamiento, frecuentemente asociado al liderazgo mal entendido con características exaltadas y poco civilizadas, se puede traducir como un conjunto de formas de ser y de actuar caracterizado por la falta de respeto, ausencia de empatía, bajas habilidades blandas y tendencia a la reacción emocional permanente, como la ira, el enojo y el hostigamiento.
En definitiva, son personas que generan tensión casi permanente. En este caso, moderar el tono puede ampliar coaliciones y mejorar recepción del mensaje sin ceder en el contenido.
Aquí aplica que se puede regular la forma para mejorar el fondo de opiniones, propuestas y divergencias, sin perder la potencia de lo que se desea transmitir.
4. Puesta en escena y señales no verbales
La comunicación no verbal, que ocupa según el contexto entre el 90 y 93 por ciento de la totalidad de la comunicación humana, influye decisivamente en la forma de relacionarse si se desea modificar el comportamiento público.
Es sabido que las sonrisas auténticas, la empatía genuina y la variación emocional aumentan percepciones de calidez, autenticidad y liderazgo. Es por esto que un delivery más sereno y positivo, lo que no significa restar potencia y firmeza, puede elevar evaluaciones públicas incluso cuando las ideas no cambian.
Aquí entra en juego la comunicación asertiva, que es expresar de la mejor forma posible, incluso las cosas que nos disgustan, sin herir ni menospreciar a los demás.
Para utilizarla, hay 4 pilares prácticos, empezando por la claridad de propósito, definiendo qué necesitas que la otra parte comprenda o haga, evitando divagar y manteniendo el foco en lo esencial; respeto firme, que busca cuidar la dignidad de todos, incluso al disentir, sin ceder ante el sarcasmo o los ataques; límites y pedidos explícitos, teniendo muy en claro los qué sí y qué no, el decir ‘no’ cuando se han cruzado límites que no toleras, y transformando las quejas en solicitudes concretas; y la escucha activa con verificación, es decir, reflejar lo que oíste (“si entendí bien…”, “yo escuché…”) antes de responder.
Micro-técnicas para momentos de presión
Finalmente, aquí van cinco recursos sencillos para practicar y medir su efectividad si quieres “domar” tu reactividad, incluso en intervenciones que te despiertan ira:
1. Hacer dos respiraciones nasales para reducir activación reactiva; tomar agua también sirve, y ayuda a hacer una pausa.
2. Etiquetar mentalmente lo que sientes, sabiendo la diferencia entre emoción y sentimiento: la emoción es inmediata (irrumpe y no la puedes controlar), el sentimiento puede provenir o no de esa emoción, y permanece en el tiempo.
Por ejemplo, podrías etiquetar diciéndote:
“Siento irritación, yo no soy irritación porque no me ayuda a transmitir lo que deseo”.
3. Reencuadrar: por caso, recordarte internamente “mi objetivo es explicar, no ganar una pelea”.
4. Bajar el canal no verbal: volumen, velocidad, gestos amplios; relajar hombros, respirar profundo en silencio, imaginariamente ‘dejar pasar por el costado’ lo que siento como amenaza en ese instante.
5. Cerrar con intención: Recomiendo resumir en sólo una frase muy corta lo esencial antes de ceder la palabra. Son ajustes de segundos que cambian el clima del intercambio y demuestra tu autodominio emocional.
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Máster Coach Ejecutivo Facilitador y Máster Coach Ejecutivo, especializado en alta gerencia, equipos y profesionales. Comunicador, conferencista internacional, autor de 32 libros, LinkedIn Top Voice Latam desde 2019. Certificado por ICF y miembro del equipo Maxwell Leadership.y recibe contenido exclusivo


