Dentro de los comportamientos del ego vinculado al liderazgo, hay algunas señales claras que, si no son percibidas o tomadas en cuenta, pueden afectar seriamente no solo a la persona, sino a los equipos y empresas.
En el mundo del liderazgo, el poder y el ego son componentes inevitables que pueden impulsar tanto el éxito como la caída de un líder.
Si bien ambos aspectos no podemos eliminarlos por completo, es posible aprender a gestionarlos de una manera adecuada, ya que terminan destruyendo carreras, reputación, equipos y empresas.
En el contexto del liderazgo, el poder se refiere a la capacidad de un líder para influir y dirigir a otros para lograr objetivos específicos.
Muchos afirman que el poder se confiere y también se gana o se hereda. Mientras que el ego es una parte indivisible de la personalidad de los seres humanos. Si lo ligamos al poder, se lo asocia a la arrogancia, a darse más importancia, y al deseo de reconocimiento y de sobresalir.
Por eso en muchos de quienes tienen roles directivos, generalmente se traduce en soberbia.
De allí que un equilibrio saludable entre ambos puede impulsar a un líder a ser decisivo y carismático, mientras que un exceso de ego puede llevar a la arrogancia y a decisiones centradas en intereses personales.
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Dentro de los comportamientos del ego vinculado al liderazgo, hay algunas señales claras que, si no son percibidas o tomadas en cuenta, pueden afectar seriamente no solo a la persona, sino a los equipos y empresas.
Algunas de las más comunes son el desprecio por las opiniones de otros; desacreditar a los demás; tomar decisiones unilaterales sin consultar al equipo.
Además de una necesidad constante de reconocimiento y alabanza; falta de responsabilidad personal y tendencia a culpar a otros por errores, descreimiento del talento de los demás, y un marcado comportamiento autocrático, con poca o nula disposición a delegar, y a recibir feedback.
Como es de imaginar, el abuso en el ejercicio del poder y el ego descontrolado pueden llevar a decisiones que buscan complacerse a sí mismo y no en el bienestar del equipo o la organización. También, a favoritismos y a creer que toda la organización gira alrededor del líder.
Por ejemplo, cuando el poder y el ego descontrolados se manifiestan, he observado que generalmente caen en tomar decisiones apresuradas, ignorar riesgos y advertencias, y priorizar proyectos que elevan la imagen del líder en lugar de aquellos que benefician a la organización.
También he visto cómo se postergan ascensos o potenciar el talento, por miedo a ser sacados de su liderazgo egoico.
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Por otra parte, en este tiempo en que se habla de equipos horizontales y colaborativos, el ego es una de las grandes barreras entre el líder y su gente a cargo, llevando a una falta de comunicación y confianza.
Los miembros del equipo pueden sentirse infravalorados y menospreciados, lo que disminuye la moral y la cohesión.
Generalmente líderes con el ego muy “para afuera” tienen sus dos o tres personas favoritas, y se valen de ellas para contaminar un buen funcionamiento de los equipos -que, habitualmente, llegan solo a ser “grupos”, no un equipo como tal-.
Otro aspecto del combo del poder y ego exacerbado, es el miedo a las represalias que puede impedir que compartan ideas o preocupaciones, afectando la innovación y la resolución de problemas.
Cuando los líderes ponen el ego dominante al frente, hay consecuencias que cuestan mucho dinero a las empresas; por ejemplo:
Aquí sugiero varias herramientas que trabajo con los clientes de coaching ejecutivo, y que sé que funcionan:
Por ejemplo, practicar la auto-reflexión regular y la autoconciencia; tener coaching ejecutivo profesional, mentoría dedicada a pulir su liderazgo, participar de actividades que lo bajen del pedestal.
Es importante que sea de ida y vuelta, porque las personalidades egoicas están muy enfocadas en señalar los fallos de los demás, aunque rara vez se abren a escuchar, lo que tengan para decirle, sin estallar de ira o creerse invencibles.
Otra característica frecuente es que se sobrecarga a ciertas personas afines a quien dirige, en detrimento de otras que podrían asumir roles mayores.
Suelen decir “trabajo solo con mis leales”, lo que no resulta en una buena cultura empresarial.
La base de un ego desbocado y sin control puede tener que ver con inseguridades internas.
Por eso, cualquier persona que le haga sombra estará en la mira y en la lista de alguien con poder y ego por más talento que tenga.
Un buen líder se anima a pedir feedback y no se siente ofendido, ni ofende.
Esta es una herramienta sumamente útil ya que se trata de crear un pequeño comité, especialmente de personas fuera de la empresa, que escucharán a quien lidera, y le darán su parecer en forma neutral.
Tener un plan intencional para trabajarse internamente, no solo en las competencias técnicas.
Para dar estos pasos, se requiere de un muy buen desarrollo de la inteligencia emocional, que, curiosamente, es uno de los ámbitos menos explorados por los líderes.
Sin embargo, su desarrollo permanente es lo que les llevará a ejercer como líderes más conectados, intuitivos y sensibles, además de garantizar resultados.
Un trabajo en estas áreas, incluye poder reconocer y gestionar sus propias emociones y las de los demás; desarrollar empatía y mejorar la relación con su equipo.
También tomar decisiones más equilibradas; reducir el estrés y mantener la calma en situaciones desafiantes, y crear un ambiente de trabajo positivo y motivador.
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