¿Por qué deben existir los NFT, a pesar de todo? Porque el objetivo que buscan es demasiado atractivo como para abandonar el proyecto.
Los Non Fungible Tokens (NFT) se han convertido en uno de los criptoactivos más reconocibles después de tokens como bitcoin y ETH.
Estas unidades de datos —incopiables, insustituibles e indivisibles, que son parte de una blockchain y pueden venderse o intercambiarse— otorgan a sus dueños un certificado de autenticidad sobre básicamente cualquier cosa, y se argumenta que sus usos pueden ir mucho más allá del arte y el coleccionismo.
Los NFT utilizan la misma tecnología blockchain que el bitcoin o el ether, pero la frase “no fungible” quiere decir que cada uno es insustituible. Es decir, si bien el bitcoin es infalsificable, cada uno es indistinguible de otro bitcoin; en cambio, el NFT es único.
El primer ejemplar nació en 2014, cuando Jennifer y Kevin McCoy, una pareja de artistas de Nueva York, produjo un pequeño video en colaboración con el empresario tecnológico Anil Dash, el cual quedó ligado digitalmente a lo que llamaron un Monegraph, por “monetized graphics” (gráficos monetizados).
El nombre del invento cambiaría rápidamente, pero el proceso que crearon entonces es el mismo que hoy en día reproducen la mayoría de los sitios que permiten registrar, guardar y transaccionar NFT: la obra se envía a un sitio, el cual otorga a cambio el código, que puede guardarse en una cartera digital, como cualquier criptoactivo.
Esto garantiza la calidad de original de la obra, como sería el caso de una pintura de Van Gogh: pueden existir miles de copias, fotografías, litografías y hasta camisetas de Starry Night, pero sólo hay una original.
Uno de los principales impulsores de los NFT fue desde el inicio la red Ethereum, que en 2015 lanzó Etheria, el mapa de un mundo de fantasía compuesto por 457 piezas, que en aquel tiempo vendió por un ether.
Las mismas piezas fueron relanzadas en 2021 y se vendieron por miles de dólares. Pero lo importante es que Ethereum desarrollo en los años siguientes una serie de estándares abiertos, como el ERC-721, que permitieron la formalización de los NFT y contratos inteligentes relacionados, los cuales convirtieron a esta red en una de las principales facilitadores de los NFT.
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Las voces críticas a los NFT apuntaron primero al boom que ha llevado a gráficos como el meme de una rana a costar miles de dólares. Hasta hoy, el NFT más caro del mundo en posesión de una sola persona –Beeple Collection, del artista gráfico del mismo nombre– se vendió en 69.35 millones de dólares.
Otro caso, es el de CryptoPunk #7523, que se vendió por 11.8 millones de dólares, y que es una imagen pixelada de una caricatura, por aquello del culto a lo retro.
Aquellos a favor argumentarán que el arte vale lo que el mercado diga y punto, pero otros han cuestionado el mercado entero de NFT, considerándolo una burbuja, comparable al famoso desastre del mercado de tulipanes en Holanda.
A mediados de 2022, con el comienzo del alza en las tasas de interés en Estados Unidos, el mercado cripto perdió valor, y lo mismo sucedió con los NFT, cuyas transacciones bajaron hasta en 95%.
La tecnología no está libre de la corrupción humana. Por ejemplo, la mayoría de los marketplaces han debido desarrollar mecanismos para evitar que terceros registren la obra de algún artista en una cuenta a su nombre o incluso para prevenir que el mismo artista vuelva a crear otro NFT sobre su misma obra.
En muchos de los casos, el eslabón más débil está en la posesión del wallet, y la identificación del dueño como el artista original.
Luego está el asunto del Copyright y las regalías. Algunos NFT están programando en sus contratos inteligentes que el autor reciba regalías por cada transacción realizada con su obra, o por actividades como su exhibición.
Otros de plano prohíben a sus dueños el uso comercial de la obra. La cuestión aquí es qué tanto se sostiene cualquier política ante los tribunales, si la transacción digital no está debidamente respaldada por un contrato a la antigüita.
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Viene a cuento la interesante historia de la Galería Uffizi, de la ciudad de Florencia. En 2021 incursionó en un programa para digitalizar algunas de sus más célebres obras, vendiendo un NFT del Tondo Doni de Miguel Ángel por unos 170,000 dólares.
El caso ocasionó una fuerte reacción en los medios, debido a que comenzó a cuestionarse hasta dónde llegaban los derechos del comprador y si, por ejemplo, podría exhibirlo digitalmente en exclusiva, en perjuicio del propio museo. Como resultado, el gobierno italiano prohibió este tipo de operaciones con el patrimonio cultural.
Como sucede con todos los criptoactivos, hace falta que los sistemas legales y regulatorios acojan al 100% las posibilidades de los NFT, para fortalecer sus puntos débiles en cuanto a derechos de propiedad.
¿Por qué deben existir los NFT, a pesar de todo? Porque el objetivo que buscan — proteger los derechos de autor y los de propiedad en el mundo digital y en el real— es demasiado atractivo como para abandonar el proyecto.
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