Jorge Cueva llegó a Estados Unidos sin entender una pizca de inglés. Abrió decenas de restaurantes y tuvo que cerrar otros tantos. No es el CEO intocable que aparezca de traje y corbata. Es influencer, pero es empresario. Es un líder punk.
“Sígueme hacia el desierto, tan sediento como vengas”, canta a todo pulmón Chris Cornell en Burden in my hand. La canción de Soundgarden podría servir como banda sonora de la filosofía de liderazgo de un tipo singular llamado Jorge Cueva mejor conocido como Mr. Tempo.
Su trayectoria ha estado llena de desiertos por explorar y aunque a punto ha estado de morir de sed, tarde o temprano termina por estrellar su báculo contra una roca para sacarle agua. Como dice uno de los deportistas que más admira, el célebre 23 de los Chicago Bulls:
“Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pase, otras hacen que suceda”.
De ahí que a Mr. Tempo se le conozca en el medio como ‘El Michael Jordan de los Restaurantes’.
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Ha participado directamente en la apertura de más de 140 de ellos. Hoy dirige los destinos de su propia marca a través de los establecimientos Mr. Tempo y King and Queen Cantina, ubicados en ciudades de Estados Unidos como Los Ángeles, Santa Mónica, San Diego, así como Valle de Guadalupe y La Paz, en Baja California.
Conduce dos automóviles deportivos, un Porsche y un Lamborghini, a los que mandó graffitear con su inconfuble logo de la calaverita y las letras de “Mr. Tempo” que también lleva tatuadas en el brazo.
Lo que podría interpretarse como un capricho de millonario, en realidad se trata de un truco de marketing. Donde quiera que conduce, hay personas que le toman fotos a sus autos y los comparten en redes sociales. Así, a diferencia de otros CEO’s que prefieren ocultarse en el anonimato, a Mr. Tempo lo siguen poco menos de medio millón de personas en Instagram.
Las mismas que tarde o temprano comerán en sus restaurantes.
De esto no se salvan las celebridades. Jorge Cueva ha recibido en sus restaurantes a las Kardashian, lanzó un tequila en colaboración con el rapero The Game y recientemente, diseño un menú de comida mexicana-asiática para el nuevo Tequila Garden de Nick Jonas y John Varvatos.
Aunque sí reconoce que tiene un vicio: colecciona zapatos. Cuenta con más de 200 pares y todos los usa. Algo que tampoco resulta tan extravagante para una persona que pasa gran parte del día de pie.
Quizá eso ultimo sea un aprendizaje de sus primeros días.
Jorge Cueva nació en el seno de una familia de trabajo. Su padre es un empresario que se dedicaba al ramo de transportes cuando vivían en Guadalajara. Su hijo era estudiante y, en su tiempo libre, jugaba futbol en las Fuerzas Básicas de las Chivas. Hasta que su papá le llegó con la noticia de que tenía que viajar con él a Estados Unidos para cerrar un negocio.
—No te preocupes —le explicó— regresamos en seis meses.
Eso nunca sucedió. Lo que pasó fue que el resto de la familia los alcanzó para instalarse en Tacoma, Washington, e iniciar una nueva vida. Jorge no tenía documentos ni hablaba inglés. Comenzó a trabajar en la cocina de un restaurante lavando platos. Fue víctima de bullyng. Los trabajadores que tenían más tiempo le jugaban bromas muy crueles, como poner a calentar los sartenes sin avisarle, para que cuando él los tomara se quemara las manos.
Fue así que surgió una de las medidas que él toma dentro de sus restaurantes. Su liderazgo punk establece que todos los que trabajan en sus empresas tienen que ser lavaplatos cuando menos una vez por semana. Para que experimenten en carne propia el cansancio y la frustración que llegan a sentir las personas que sostienen la cocina de un restaurante.
La venganza es un plato que se sirve frío, dice el proverbio que popularizó Kill Bill. Y hoy él se pregunta:
“¿Sabes dónde están todos aquellos que me molestaban? Yo tampoco.”
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Jorge no tenía muchos amigos. Así que en vez de salir con alguien al término de su jornada, pedía permiso para quedarse a mesear. Sin sueldo, sólo por las propinas. Pero como entre el personal se sabía que los hispanos no dejaban, esas mesas se las encargaban a él. Fue así que se entrenó como vendedor.
Tan impresionado quedó con su servicio uno de sus clientes, un restaurantero, que se lo llevó a trabajar con él. En el ínter, también fue jardinero, encargado de un estacionamiento público y lavó la ropa de cama de un hospital. Ahí le tocó fregar sábanas manchadas de sangre que podrían generar arcadas en el más curtido de los estómagos.
Hasta la fecha, ha implementado algunas reglas poco convencionales en la administración de sus negocios.
Por ejemplo, el “wel”. Así se le denomina en el lenguaje gastronómico a un destilado “de batalla”. Es decir, el que se mezcla. A diferencia de otros restaurantes en los que prefieren usar uno de menor calidad, porque eso baja los costos, Mr. Tempo prefiere utilizar uno premium. Porque como él dice, si un día me piden probar el wel solo, en un caballito, me moriría de vergüenza que fuera un tequila corriente. Sus colegas empresarios le han reclamado que los hace ver mal con ese tipo de acciones.
El liderazgo punk se ha extendido a otras áreas. En su filosofía, los soldados rasos no son culpables de sus errores, sino los líderes. Porque —sostiene– “si tú enseñas a hacer las cosas bien a los que dependen de ti, no conocerán otra forma de hacerlas. Por es cuando cometen un error, estoy seguro que la culpa es del líder”.
Nunca ha titubeado en su insistencia por hacer las cosas a su manera. Hasta en los detalles aparentemente más nimios. Como el hecho de no ofrecer chips o totopos en sus restaurantes aunque en Estados Unidos pareciera una regla no escrita. Tampoco le tiembla la mano para servir una proteína sin acompañamiento o un trago de tequila en el interior de un chile jalapeño.
Todo lo que se pueda grabar o fotografiar es marketing.
Aquel cliente que se llevó a Tempo del primer restaurante (se hace llamar así porque sabe que el tiempo es el bien más valioso, porque no regresa), le dio una oportunidad de dirigir una cocina.
Así a aprendió a montar platillos, hacer cocteles y administrar. Subió como la espuma hasta tener su propio restaurante y después lo perdió todo dos veces; primero porque no mantuvo los pies en el piso y segundo, por la traición de un exsocio y sus malas decisiones admistrativas.
Pero aprendió a reconstruirse desde cero. A diferencia de lo que los Sex Pistols cantan en Anarchy for the U.K., Jorge Cueva sabía lo que quería y cómo lograrlo. Romper las reglas para establecer las propias.
Por eso, hasta la fecha, cuando abre un restaurante primero pulveriza todo rastro del anterior. Sucedió cuando abrió su más reciente Mr. Tempo en el mismo edificio donde antes estuvo el Pig ‘n Whistle por más de 100 años en Hollywood Bouvelard. Se deshizo de todos los muebles que había en la cocina, aunque aparentemente se podían reciclar.
—Si por ahorrarme dinero, al rato ese mismo horno falla, me va a costar el doble cambiarlo. Por eso siempre que llego, tiro todo y empiezo sólo con cosas nuevas.
Su liderazgo punk incluye promover los ascensos y pagar sueldos altos a su personal. Así evita la fuga de talentos.
Pero el nivel de exigencia que lo carateriza también es el de un dirigente que se fogueó trabajando hasta 20 horas diarias. Sus maneras son poco convencionales. Para él no existe gente “eficiente” o “eficaz”, sino “chingona”. Su frase de batalla se ha convertido en un slogan que aparece en forma de letras neón en sus restaurantes: #MásChingón.
Jorge Cueva llegó a Estados Unidos sin entender una pizca de inglés. Abrió decenas de restaurantes y tuvo que cerrar otros tantos. No es el CEO intocable que aparezca de traje y corbata. A él le gusta preparar un trago por diversión y que los comensales lo suban a sus redes sociales. Es influencer, pero es empresario. Un líder punk.
Pero sólo los que se tienen sed lo entienden. Mejor dicho: hambre.
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