¿Tu equipo solo pone ladrillos o está construyendo una catedral? La pregunta parece simple, pero encierra una de las tensiones más profundas del trabajo. En muchas organizaciones, las tareas se cumplen, los procesos avanzan y los indicadores se reportan, pero el sentido se diluye. Se trabaja para cumplir, no para construir.
He tenido la oportunidad y el privilegio de vivir en una de las ciudades más grandes del mundo y, aun así, a veces me sorprendo de ser una persona profundamente curiosa. Me gusta observar qué hay de nuevo en las calles, cómo se comporta la gente y cuáles son las tendencias que emergen en lo cotidiano.
Hace unos días caminaba por el poniente de la ciudad con mi perrita Zury. La recogí de la carretera hace tres años y hoy es mi compañera inseparable: me impulsa a salir, a hacer ejercicio, a correr y, por supuesto, a seguir explorando el mundo.
MIT SMR México se financia mediante anuncios y sociosMientras caminábamos a media mañana, noté una construcción en una de las esquinas. Mi curiosidad —esa que rara vez se queda quieta— me llevó a intentar entender qué estaban haciendo ahí.
Me encontré con una persona que trabajaba dentro de la obra. Estaba hincado, rodeado de herramientas, realizando un trabajo claramente manual. Decidí acercarme y preguntarle:
Disculpe, buenas tardes. Quisiera hacerle una pregunta, si no es inoportuno. Veo que está trabajando aquí y soy una persona muy curiosa. ¿Podría decirme qué está haciendo?
La persona apenas levantó la vista, me lanzó una mirada seria y, sin dejar de trabajar, respondió:
¿Qué no ves? Estoy poniendo ladrillos.
Entendí que estaba concentrado en su tarea. No quise interrumpirlo más, le agradecí y seguí caminando. Sin embargo, mi curiosidad no se detuvo ahí.
Unos metros más adelante encontré a otra persona y le hice la misma pregunta. Esta vez, la reacción fue distinta. Se puso de pie, me miró con un gesto más amable y me respondió:
Yo lo que estoy haciendo aquí es construyendo un muro.
De nuevo agradecí y continué mi recorrido alrededor de la obra. Pero insistí. Más adelante encontré a una tercera persona, también de rodillas, trabajando con sus herramientas. Me acerqué y pregunté:
Disculpe, señor, buenas tardes. ¿Me podría compartir, por favor, qué es lo que usted está haciendo?
Esta persona dejó las herramientas en el suelo, se puso de pie, se limpió las rodillas y el polvo de la camisa, me miró a los ojos con una sonrisa y, tras observar la construcción, respondió:
Yo lo que estoy haciendo es construyendo una catedral.
Esta es una historia que suelo compartir con grupos y equipos dentro de las empresas cuando trabajo con ellos. Busco llevarlos a una reflexión final con una pregunta clave:
Y ustedes, como ejecutivos, en el puesto que hoy ocupan y en lo que hacen cada día, ¿qué creen que están haciendo? ¿Están poniendo ladrillos, construyendo muros o levantando una catedral?
Esta reflexión invita a mirar el trabajo cotidiano desde otra perspectiva. Muchas veces, el día a día puede ser pesado, arduo, mecánico y operativo. Sin embargo, con frecuencia se pierde de vista para qué sirve realmente lo que se hace.
A veces se está tan inmerso en la faena diaria, en las reuniones y en los correos, que pareciera que las empresas pagan solo por enviar mails y asistir a juntas. Pero ¿cuál es el verdadero propósito de lo que hacemos?
Aquí es donde entra el modelo de la cultura en las empresas y los equipos de trabajo.
Si se preguntara qué es cultura, la respuesta parecería sencilla. Podrían surgir ideas como la forma de comunicarnos, de relacionarnos, nuestras costumbres o símbolos. Y sí, todo eso forma parte de una cultura. Pero, desde esta perspectiva, hay tres grandes elementos que la sostienen.
Cómo crear un espacio mental para ser un líder más sabio
Las empresas nacen, por lo general, de un sueño. En la mayoría de los casos, ese sueño consiste en crear una solución, aportar valor y ofrecer algo distinto. Esa es la pregunta fundamental: ¿para qué existimos?
Un ejemplo común surge cuando se pregunta a equipos de ventas, como los asesores de seguros, qué es lo que venden. La respuesta inmediata suele ser: seguros o pólizas. Sin embargo, al insistir varias veces, alguien termina diciendo: “vendo paz, vendo tranquilidad”. Y ahí está la clave.
El verdadero valor no es la póliza en sí, sino la tranquilidad que ofrece. A eso se le llama propósito. Simon Sinek lo explica con claridad en Start With Why.
Una vez claro el propósito, es necesario definir los pilares que lo sostienen: los valores. Estos orientan las decisiones y permiten crear valor no solo para los clientes, sino para la sociedad. Los valores no son frases en la pared ni fondos de pantalla; deben vivirse. De lo contrario, se convierten en palabras vacías.
Sucede algo similar a la educación de los hijos. Cuando enfrentan decisiones difíciles sin la presencia de los padres, son los valores interiorizados los que guían sus actos. Lo mismo ocurre en las empresas: cuando los valores se comprenden y se viven, la cultura comienza a funcionar.
Quemar las naves: El acto radical que libera tu propósito
Aquí es donde todo se vuelve visible. Cuando las personas entienden su propósito y viven los valores, los comportamientos emergen de forma natural.
Las acciones cotidianas reflejan lo aprendido, especialmente cuando los líderes predican con el ejemplo. Sin coherencia en el liderazgo, misión, visión y valores se quedan solo en palabras.
Muchos líderes preguntan cómo motivar a su gente o lograr que actúe sin presión constante. La respuesta está en construir y vivir estos tres elementos: propósito, valores y comportamientos. Así se diseña una cultura sostenible en el tiempo.
Y entonces vuelve la pregunta inicial:
¿Tu equipo está poniendo ladrillos, levantando muros o construyendo una catedral?
¿Qué estás haciendo tú para que sientan que su trabajo tiene sentido, impacto y contribuye a un mundo mejor?
Ramón Torrelemus es conferencista, consultor y autor mexicano enfocado en liderazgo y transformación organizacional.