Fernando Butrón es tanatoesteticista, profesión rodeada de tabúes ya que se encarga de preparar y embellecer a las personas fallecidas. Trabajar con la muerte le ha permitido ver la vida desde otra perspectiva. Esta es su historia.
Fernando Butrón no le teme a la muerte. A sus 23 años ya tiene preparado su funeral: Usará un traje rojo y quienes acudan deberán vestir de gala. Quiere que su última imagen en este mundo sea recordada con elegancia, algo que él logra todos los días en su trabajo como tanatoesteticista.
“Tengo una gran responsabilidad. Mi trabajo es tan importante que tengo el poder de hacer que las personas se despidan dignamente. El evento para el que arreglo a las personas es trascendental porque un funeral es algo que solo pasa una vez”, comenta el profesional dedicado a maquillar y cuidar la estética de los cadáveres en Grupo Gayosso.
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Desde niño supo que quería ser tanatoesteticista. Perder a su figura paterna y ver la película La muerte le sienta bien, protagonizada por Meryl Streep y Goldie Hawn, fueron las señales que le mostraron su camino.
Fernando reconoce que casi ningún niño despierta un día con el deseo de maquillar y preparar cadáveres, pero él sí y la pasión con la que adoptó su vocación lo hace ser uno de los mejores.
Fernando inicia su día muy temprano. A las 7 de la mañana ya está en el gimnasio. Para él la apariencia es muy importante, ¿y cómo no serlo cuando su vida gira alrededor de la belleza?
Las palabras “belleza” y “muerte” pueden ir en la misma oración y la labor del tanatoesteticista es la muestra de ello. La muerte se muestra coqueta y él se vuelve su cómplice haciendo un trabajo artístico con las personas. Sin embargo, alrededor de su profesión existe un gran tabú.
“Aceptar que existe mi trabajo y saber de lo que se trata es incómodo para los demás porque les hace recordar que ellos también morirán. Muchas personas temen aceptar la muerte en sus vidas”, explica.
La labor de Fernando va más allá de la estética y de la muerte. Su trabajo es sobre el amor, el profundo cariño con el que los familiares ven a su ser querido durante su último homenaje y se despiden amorosamente de él.
La abuela de Mónica murió. Ella y su madre lloraron todo el día, estaban destrozadas no solo anímicamente, también físicamente.
Nunca nadie les había comentado sobre lo difícil que fue obtener su certificado de defunción y lo complicado que fue contestar las preguntas ante el ministerio público. Sin embargo, el dolor disminuyó cuando presentaron ante ellas el cuerpo de su “Meme” antes de su funeral. “Se ve preciosa”, dijo la nueva matriarca de la familia entre sollozos, “mi mamá está en paz”.
Esos son los momentos favoritos de Fernando Butrón, cuando le entrega a la familia doliente su trabajo y puede abrazarlos a la distancia, les brinda la satisfacción de imaginar que, de alguna forma, ellos están bien.
Sin embargo, advierte que la misión de un tanatoesteticista no solamente es hacer que los familiares exclamen: “Se ve dormido/ dormida”. A través de su trabajo se encarga de conocer un poco más a la persona que fue en vida.
“¿Qué le gustaba? ¿Solía tener un labial favorito? ¿Con qué color vestía? Yo necesito saber eso para entregar un trabajo coherente. Una persona activa no puede lucir igual a una persona que no lo era, si yo lo hiciera así, la familia sentiría una profunda desconexión”, comenta.
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Es cierto que una gran parte de la labor de Fernando se trata del maquillaje, pero no es solo eso, también debe de limpiar y hacer todo el procedimiento necesario para que el cuerpo de las personas se mantenga el mayor tiempo posible alejado de los procesos cadavéricos.
La generación de olores, el cambio de color y de gestos son cosas naturales que ocurren en el cuerpo cuando alguien muere y su labor es procurar que ocurran lo más tarde posible y para lograr hacerlo su trabajo se lleva a cabo en tres etapas:
La primera parte consiste en preparar al cuerpo, aunque el segundo paso es aún más complicado, ya que tiene que trabajar con los órganos y suplantar la sangre por un agente químico que permita conservar a la persona fallecida. El tercer paso es su favorito: embellecer.
En cada uno de sus turnos, el tanatoesteticista repite este proceso unas ocho o 10 veces en promedio.
El contacto con la sangre o las secreciones no es algo que afecte o moleste a Fernando Butrón, pero sí ha tenido que aprender a tomar distancia, como parte de su autocuidado.
“Ella, siendo una adolescente, causó su muerte”, comenta el tanatoesteticista al recordar uno de los casos más significativos para él.
Hace algunos años, Fernando preparó a una bailarina, a quien describe como hermosa, joven y talentosa.
“Ningún cuerpo que llega ante mí es un número más, no puede serlo. Son seres humanos. Eran hermanos, padres, madres o amigos y mi labor es recordarlo y dignificar su vida”.
Ella fue especial porque su madre, entre lágrimas, le entregó un vestido que su hija usaría durante una presentación en unos días más.
En ese momento, Fernando dejó de tener distancia y se involucró un poco más. Se esmeró en consolar a la madre y, como acto de cariño, procuró acomodar los olanes del traje de tal forma que pareciera que estaba bailando. Gracias a ese acto sus amigos y familiares la recuerdan haciendo lo que más le apasionó en vida.
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El joven de 23 años es completamente escéptico. A pesar de que trabaja codo a codo con la muerte cree que no hay nada más después de ella, ni cielo o infierno. Solo el descanso eterno. No necesita ser creyente para esmerarse diariamente en su labor y preparar cada cuerpo con mucho corazón.
Su trabajo implica ser dulce y sensible, y es gracias a esa misma sensibilidad que ve cada día como una nueva oportunidad para vivir al máximo.
Fernando Butrón acepta la muerte y no le teme. Con el paso de los años ha tomado conciencia sobre ella y mientras llegue el momento, ese traje rojo seguirá guardado esperando a usarse. “Yo aprendo diariamente sobre mi mortalidad”.