Rendimiento, el eslabón perdido
La proactividad es “encadenante” y paradójicamente muy convencional: trabajamos a través de los problemas y generamos ciertos logros, pero nuestros recursos presentan un desgaste.
¿Éxito o bienestar? La vieja disyuntiva se plantea porque ante un problema optamos por la mente reactiva en lugar de la proactividad o indagación de nuestros patrones de pensamiento, conducta y formas de trabajar para después optar por nuevos enfoques y herramientas que nos conduzcan a resultados diferentes.
La proactividad es “encadenante” y paradójicamente muy convencional: trabajamos a través de los problemas y generamos ciertos logros, pero nuestros recursos presentan un desgaste. Entonces solemos descansar y reagruparnos, y regresar cuando llega la siguiente crisis. Es un ciclo de auge y caída.
La proactividad, en cambio, implica mirar nuestro sistema operativo interno, respuestas predeterminadas, mentalidades, reacciones emocionales y hábitos. También indagar cómo podemos pensar, reaccionar y trabajar de manera distinta par generar resultados diferentes.
Esta tarea de introspección y análisis no se realiza en el 80% de los problemas cotidianos, personales o de trabajo. Actuamos de manera inmediata sobre patrones y modelos ya conocidos. Pero actuar de esta manera reactiva sólo genera un resultado a corto plazo y no suele ser la mejor solución.
Ahora, ¿qué pasa cuando conjuntamos bienestar y éxito? Abonamos al rendimiento y al pensamiento proactivo, que tiene que ver con la capacidad interna para enfrentar al cambio y a la complejidad.
Tal proactividad no se trata de ser feliz o estar cómodo. De hecho, se cimenta sobre preguntas desafiantes, pero la idea es que con el tiempo se conviertan en condiciones más satisfactorias.
Esto porque al autoimponernos la innovación de enfoques, perspectivas y recursos, forzarnos los resultados más significativos y verdaderos, con los que podremos asumir mayores desafíos y generar mayor impacto con el tiempo. No en vano, se realiza un trabajo de profunda introspección que nos permite develar qué es lo realmente significativo que queremos asumir y a qué causas deseamos abonar.
La proactividad incide en el aumento del propio bienestar. Y así tenemos un círculo virtuoso: una vez que nos sentimos mejor, lo hacemos mejor. Bienestar y éxito son un sólido binomio.
Ahora, esto no implica que en todas las tareas y procesos se recurra a la proactividad, pero sí implica estar al tanto de los auges y caídas. En ese caso, si es conveniente regresar a la curva de rendimiento o análisis de cómo puedo hacerlo diferente. Es retar el status quo inercial y abandonar el involuntario papel de víctima.
¿Existen elementos que pueden catalizar la proactividad, y por ende el rendimiento? Si. El conocimiento, propósito y conexión.
El conocimiento alude a la capacidad de ver y adaptar nuestros sistemas operativos internos, notar las mentalidades predominantes en nosotros, nuestras reacciones emocionales más comunes así como los hábitos predominantes que poseemos. Esto es la antesala de las grandes adaptaciones y cambios que incidirán en mejores resultados.
Ahora, para mantener el rendimiento a largo plazo se requiere un propósito claro. Es el centro de la motivación para impulsar el propio desarrollo y crecimiento.
Para fortalecer el propósito conviene buscar dos herramientas que puedan usar a diario para que puedan prepararse para dar lo mejor de sí mismas, y otras dos en el momento de desequilibrarnos. Se puede tratar de oración, un diario, atención plena, lista de objetivos y otros.
Respecto a la conexión, se trata de encontrar compañeros de viaje que nos apoyen y podamos compartir de manera vulnerable lo que nos pasa, la mentalidad, emociones, hábitos…
Ahora, la reducción de costos operativos es un elemento sustancial en la generación e incremento de la rentabilidad. Los bancos de Latinoamérica pueden ejemplificar este punto mediante su relación costo-ingreso (CIR).
Éste puede reducirse si se centran en la base de costos total, como redes de sucursales y edificios de oficinas, los costos indirectos e inversiones en canales digitales y de TI, que en conjunto representan el 85% de los costos.
Si los bancos líderes logran la transformación holística de la productividad en sus principales centros de costos, que abarquen las preferencias de los clientes, podrán reducir sus costos entre el 20 y el 30%.
Algunos bancos latinoamericanos fomentan la productividad a través de un modelo operativo digitalizado y altamente automatizado, pero muchos programas fracasan durante la implementación. La mejor manera de minimizar el riesgo de pérdida es adoptar un abordaje metódico, comenzar por un ejercicio de definición de alcance y entrevistas con líderes, seguido de tres pasos clave: evaluar, diseñar e implementar.
Las tres actividades enumeradas tienen una incidencia directa con la mentalidad proactiva que ya se aludió.
En la evaluación de oportunidad el punto de partida es: ¿Qué tan buenos podemos ser? Así se identifican las brechas de desempeño con los mejores a través de benchmarks en áreas cruciales, Los datos resultantes generan una estimación rápida del tamaño de la oportunidad y consideran tanto los cambios incrementales como los radicales.
Para complementar un panorama de áreas de oportunidad, en este caso del sector bancario, los datos por sí solos no bastan. Se requiere entrevistar a los líderes antes de diseñar el programa de acciones. Se priorizarán de acuerdo a su potencial impacto y viabilidad.
Ahora, a medida que se desarrollan los programas, deben monitorearse, probar y ajustar.
Generar ajustes e implementar cambios significativos en la gestión empresarial es una tarea que no debe ni puede simplificarse a la adopción tecnológica. Ni la digitalización, Big Data o Aprendizaje Acelerado, por ejemplos, lograrán sustituir la proactividad empresarial. Sólo son herramientas que pueden acelerar procesos y suplir acciones reiterativas, pero deben alinearse a la claridad de acciones y gestión. Se trata de piezas sueltas del gran rompecabezas que es el cerebro de la organización.
Un legado sustancial de la actual crisis de COVID-19 es visualizar el gran desgaste de recursos ante las acciones reactivas que implementamos. El alto coste ante lo imprevisto nos debe inducir a las generaciones de planes y recursos alternos que nos permitan transitar había el amado binomio bienestar-éxito.
Y para generarlo, la introspección es la puerta de acceso. Las empresas resilientes durante la pandemia mundial, por ejemplo, exhibieron una característica común: tenían clara la misión empresarial.
Ante la incertidumbre sus valores fueron los que guiaron acciones y decisiones. La claridad tiene un impacto inmediato en la velocidad de reacciones. Si, la agilidad también induce a la rentabilidad personal y de las organizaciones. Es, a fin de cuentas, el eslabón perdido.
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