Postular a una mujer para un ranking, ponerla en un panel, o imprimir su foto en una lona gigante, cuesta menos que revisar una política de ascensos, reestructurar tabuladores salariales o enfrentar el incómodo diagnóstico de cuántas mujeres abandonan la empresa después de la maternidad.
“It’s an absolute honor to be here today in full fucking glam at 8am on a Thursday morning.”
Adele durante su discurso de aceptación del Sherry Lansing Leadership Award.
¿Han ustedes pisado los grandes eventos que enlistan a mujeres líderes y mujeres exitosas? Esos eventos llenos de glamour, perfume, mesas redondas y cabello perfumado.
Si una voltea a la esquina de los escenarios y pone atención puede encontrar un ejército de otras mujeres, de chavas, a kilómetros de distancia del techo de cristal sosteniendo con su trabajo mal remunerado estas puestas en escena.
Están en la planeación, el ir y venir de correos electrónicos, llamadas, juntas. Intermedian con proveedores lo mismo que con las galardonadas y medios de comunicación.
Se encargan de imprimir el papelito que lleva el nombre de cada speaker y de colocarlo en su silla.
Llevan cajas y bolsas con merch de la empresa en su viaje de 17 estaciones de metro a Polanco o de camión a Santa Fe. Llegan 3 horas antes al evento, se quedan tres horas después.
Todo lo que salga mal es su culpa. Nada de lo que salga bien se les reconoce. Están en los márgenes, fuera de cuadro. ¿Nos suena?
A diferencia de los eventos sobre liderazgo masculino, es muy raro que haya audiencias mixtas. 90 por ciento de quienes asisten son mujeres. Hay muchas razones para explicar por qué, pero la más importante es que los hombres no se sienten interpelados o aludidos. Es un “tema de mujeres”.
No se les puede culpar del todo. ¿A qué tipo de conclusiones se llega en este tipo de eventos?
Creo que son conclusiones diseñadas para confirmar y no para realmente confrontar: Las mujeres son valiosas. Nos cuesta llegar, pero lo logramos. El liderazgo femenino es más empático. Tenemos que usar más nuestra voz. Tenemos que hablar más fuerte. Lugares comunes.
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“Lograrlo”, a pesar de todo
Se habla de equilibrio entre vida y trabajo sin hablar de corresponsabilidad. Se celebra a la mujer que “lo logró” a pesar de todo. Se habla de la excepción, no de la regla. Se habla de supervivencia al sistema y no de redistribución del poder. Esa es la conversación difícil.
No se habla, como siempre, del eterno dilema de que los hombres tienen que alcanzarnos a mitad del camino tal y como en el hogar.
Los hombres tienen que asumir los espacios que dejan las mujeres cuando se liberan de las cargas del sobretrabajo.
Tienen que asumir la responsabilidad y el costo cuando alguna compañera necesita tomar su licencia de maternidad, tienen que revisar si realmente se está pagando igual a empleadas que a empleados.
Tal vez por eso estos eventos proliferan tanto. Porque son más baratos —en términos políticos, financieros y simbólicos— que transformar de fondo la cultura de las organizaciones.
Postular a una mujer para un ranking, ponerla en un panel, o imprimir su foto en una lona gigante, cuesta menos que revisar una política de ascensos, reestructurar tabuladores salariales o enfrentar el incómodo diagnóstico de cuántas mujeres abandonan la empresa después de la maternidad.
Estos espacios se vuelven así una forma de simulación amable, una vitrina bien iluminada para las que llegaron, mientras se desvía la mirada de todas las que siguen atrapadas en la base.
Lo sé también porque yo misma he participado en la postulación de grandes mujeres para estos rankings.
Y cuando alguna no es considerada y pregunto por qué, la respuesta suele ser que “les faltó algo más”. Algo más que su trabajo. Que estén en un consejo, que participen en una fundación, que mentoreen a otras, que formen parte de una ONG o lideren un proyecto de impacto social.
Es decir, que además de hacer bien su trabajo —en un sistema que ya les exige el doble—, inviertan aún más tiempo, energía y recursos en construir una narrativa de liderazgo que encaje con la estética del éxito femenino que estos espacios premian.
Se les pide más. Siempre más. Por eso, casi siempre, terminan apareciendo en la foto las mismas: las mujeres privilegiadas que han podido “hacerlo todo”, mientras otras —brillantes, valientes, eficientes— se quedan fuera porque su tiempo no da para tanto.
Y no se trata de decir que estos eventos y reconocimientos no tienen valor. Por supuesto que lo tienen. Celebrar a mujeres que han roto barreras es importante, inspirador y, en muchos casos, necesario.
Les temas que aún quedan pendientes
He trabajado personalmente para que muchas de ellas estén ahí, y lo seguiré haciendo con orgullo. Pero eso no impide ver que el sistema que las premia a veces también es el que reproduce las condiciones que impiden que muchas otras siquiera tengan la oportunidad de competir. Una cosa no cancela la otra.
La crítica no es al mérito individual, sino a la narrativa incompleta que se construye alrededor del liderazgo femenino cuando se ignoran las desigualdades que lo rodean.
No basta con que las mujeres estén en la foto. Hay que preguntar quién la tomó, quién quedó fuera del encuadre y quién sostuvo el fondo mientras la cámara disparaba.
Liderar no es llegar a la cima. Es cuestionar para quién se construyó esa cima y si vale la pena seguir trepando por la misma escalera.
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Comunicóloga, Directora Ejecutiva en Miranda Media & PR Comunicóloga, periodista y consultora. Lidera la división de Media & PR en Miranda Partners. Ha sido redactora, reportera y directora editorial. Hoy es estratega de comunicación, reputación y relaciones públicas. Estudió Comunicación en la UIA, una maestría en Estudios de Género por la Universidad Autónoma de Madrid y otra en Periodismo y Políticas Públicas por el CIDE.y recibe contenido exclusivo