Debemos entender la psicología detrás del resentimiento y la exclusión social que vivimos en la actualidad porque son los dos demonios que alimentan nuestros complejos y todo rasgo de empatía y humanidad.
En una era donde el consumidor en general negocia “a la baja” y busca opciones más asequibles de productos y servicios, las marcas de lujo están en ascenso. Paradojas para el retail de nuestro tiempo.
El concepto de exclusividad no sólo está en los hábitos de compra. También permea preferencias electorales, políticas públicas y los propios sesgos con los que generamos nuestras narrativas de vida.
Tanto la comercialización de artículos de lujo como en la creación de políticas excluyentes existe una premisa básica: a las personas les gustan las cosas que otros quieren pero no pueden tener.
Es un tipo de egoísmo que satisface nuestro propio estatus. Es tomar consciencia de que existen personas con menores posibilidades que uno. Esto se aplica al sentimiento antiinmigrante y al nacionalismo.
Algunas de las razones por las que las personas con un lugar bajo en la sociedad apoyan tales políticas es que piensan:
“Sé que hay inmigrantes que quieren venir a este país, pero el hecho de que no puedan hacerlo me hace feliz”.
Es la búsqueda de superioridad.
¿Una postura loca? Si, pero no inusual. Por ejemplo, las personas que más se oponen a los aumentos del salario mínimo son las que ganan justo por encima de éste.
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Asimismo, los inmigrantes bastante recientes están en contra de permitir nuevos inmigrantes, lo cual es consistente con la idea de que están felices de haber llegado aquí, y parte de la razón por la que están felices es que hay personas en casa, y en otros lugares, que quieren lo que tienen y no pueden obtenerlo. Quieren que siga siendo así.
De alguna manera, mitigan sus propias carencias, desprotección y miedo al comprobar que “otros están peor”. Muchos casos de discriminación, tristemente, provienen de los grupos minoritarios. Por ejemplo, son más combativos las minorías raciales respecto a la igualdad de derechos de las personas de la comunidad LGBTIQ+.
No es una norma, pero si se denotan peligrosos sesgos entre quienes menores oportunidades de desarrollo presentan. La exclusión es una bandera que se presenta bajo este razonamiento:
“Obtengo utilidad de poder excluir a alguien de algo”.
Los productos de lujo, acceso a un país, o muchos tipos de bienes privados entran en la peligrosa categoría de “sólo para algunos. Esto no es para todos”.
Y este sentido de exclusión se filtra en distintas esferas públicas y privadas. El no acceso a clubes, grupos sociales, C-suite empresarial, equipos de investigación, seleccionados de atletismo. Se ahonda cada vez más en la “otredad”.
El sentido de otredad ahonda en la discriminación. Crea perniciosas barreras. Se asume que sólo algunos son los privilegiados a desarrollo, educación, oportunidad de acceder a mejoras sustanciales en el escalofón laboral.
Nosotros, no ellos, somos los buenos, educados, santos y bellos. Los que podemos aportar, disentir, crear, cambiar, innovar…aquellos que desdeñamos por su género, origen, credo, costumbres, color de piel, cuerpo, salud y otros no pertenecen, no son.
Entonces desdeñamos, ignoramos, vejamos, invisibilizamos. Ellos, esos “otros” dejan de ser, de contribuir, formar y aportar. En esa discriminación limitamos cada vez nuestras propias posibilidades de acción, reacción y crecimiento.
Organizaciones y países reducen significativamente sus posibilidades, limitan su propia resiliencia y se debilitan ante múltiples embates de incertidumbre, volatilidad y riesgos.
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Porque es una herramienta muy útil para generar aliados. Por ello se considera un instrumento político muy apreciado. Es emprender una lucha contra el “otro”.
Y esta bifurcación social se alimenta del resentimiento (que proviene de otra persona que tiene algo que quiero y no puedo tener) tiene implicaciones aún mayores.
El tipo de retórica y comportamiento extremo y a veces violento que estamos viendo en la sociedad puede ser impulsado por políticos y otras personas influyentes que generan la idea para las personas de que solían tener algo, ahora alguien más lo tiene, y ¿qué van a hacer al respecto?
Este encuadre aparece una y otra vez en los discursos de nacionalistas y populistas. Y dado el panorama cultural en el que nos encontramos, la táctica parece ser efectiva.
Por eso debemos entender la psicología detrás del resentimiento y la exclusión social. Son los dos demonios que alimentan nuestros complejos y obnubilan todo rasgo de empatía y humanidad.