Lo das todo por tu equipo, pero un mal-buen día aprendes que las personas son capaces de traicionarte y hundirte en la tristeza. Pero todo tiene –siempre– un lado bueno. Acá te cuento.
La dejaron sola. Justo cuando más los necesitaba, sus dos coeditores le dieron la espalda.
Esta directora editorial, a quien llamaré Nadia, había llegado al puesto al frente de la prestigiosa revista y, respaldada en su trayectoria, pero también en sus valores, rescató a dos periodistas novatos del ostracismo, de la invisibilidad en que los tenían.
Habló con ellos, los escuchó, encontró su potencial y los desarrolló. Sin importar las tantas veces que le exigieron correrlos, ella los defendió, dio la cara por ellos.
Con paciencia y cariño, les compartió todo lo que sabía, los conectó con fuentes relevantes, les corrigió y hasta les rehizo textos varias veces, aunque al final les dejaba firmarlos.
Al paso de tres años los periodistas eran otros por completo. Habían crecido: se notaba su oficio al entrevistar, investigar y escribir. Se notaba la mano del buen periodismo de Nadia en ellos. Y, claro, ella se sentía orgullosa de su equipo. Eran una familia. Se querían, se apoyaban, se cuidaban.
Pero ya sabemos que nada es para siempre.
Todo empezó a descomponerse cuando, primero, uno de ellos empezó a llegar tarde a la redacción, a retrasarse con sus entregas de reportajes, a contestar de mala gana y poner jetas y, más adelante, a ni siquiera contestar el teléfono.
Pese a la confianza que Nadia tenía en él, no dio explicaciones. El trabajo se acumulaba y no había modo de seguir cubriéndolo ante los grandes jefes. Ella pasó noches llorando en su depa sin saber por qué actuaba así y resistiéndose a hacer lo único que le quedaba por hacer: despedirlo.
Cuando Nadia apenas trataba de superar esta decepción vino el segundo desengaño. Una tarde, cuando recién bajaba de un avión, después de un largo viaje de trabajo, su teléfono sonó. Era el otro periodista de su equipo, a quien consideraba su mano derecha:
“Sólo te llamo para decir que me buscaron de un periódico muy importante y acepté el puesto. Me voy este viernes.”
Ni las gracias le dio. La dejaba justo al inicio de las tres semanas más duras del año para la revista, cuando organizaba su evento anual de negocios.
Nadia no pudo más. Se desmoronó. No sólo era que se quedó sola con todo el trabajo, con el estrés y la presión de sus jefes encima. Era, sobre todo, que ella, además de enseñarles todo, de creer en ellos, les había dado su corazón.
5 claves para hacer un despido digno y respetuoso
Cuando Nadia, amiga mía de toda la vida, me contó lo que le había pasado no pude más que entenderla, pues yo pasé por ahí muchas veces con varios equipos. Si a ti te ha pasado algo parecido con tu equipo, te cuento aquí en breve lo que le dije en esa larga llamada telefónica:
Seca tus lágrimas, deja de lamentarte y dale las gracias a esas dos personas. No, no estoy loco. Gracias a esas personas, puedes darte cuenta cuánto has crecido como persona, cuán dispuesta estás a dar lo mejor de ti en cualquier circunstancia.
Lo segundo: no te enojes con ellos, no te sientas traicionada, porque no lo hicieron con el objetivo de lastimarte; al menos, no de forma consciente. No fue nada personal, nada es contra ti.
Es sólo que las personas siempre van a decidir buscando su propio beneficio, y está bien. Que su nivel de conciencia no les permita sentir la mínima empatía por ti es sólo eso: les falta vivir, darse sus propios golpes y madurar, para que la próxima vez puedan tomar sus decisiones sin afectar a terceros.
En este caso, hablando de frente de lo que les pasa o avisando con tiempo para lograr una transición menos caótica.
Al final, cuando sientas que alguien te decepcionó o te traicionó, la única pregunta que debes hacerte (y responderte) es: ¿Di lo mejor de mí por este equipo, por este trabajo, por esta empresa?
Si la respuesta es “sí”, entonces sécate las lágrimas, siéntete orgullosa de ti y levántate a darlo todo al día siguiente con una sonrisa.