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La importancia de gestionar con honor los triunfos y las derrotas

Mario A. Esparza 25 Jun 2025
La importancia de gestionar con honor los triunfos y las derrotas
Los líderes que gestionan con honor una derrota reconocen sus errores, no se esconden, no echan culpas y no minimizan el impacto. (deagreez/Adobe Stock)
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Una cultura que solo valora el éxito está destinada a romperse en la primera crisis. Y una mentalidad que teme al fracaso nunca tomará riesgos reales. Por eso es fundamental integrar ambos como parte natural del camino profesional y humano.

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En el mundo de los negocios —y en la vida personal— hay una frase de Sergio Andrés Rincón, presidente de Bavaria (cervecera colombiana fundada en 1890 en Bogotá), que resonó en mi mente con gran fuerza y que conviene recordar más a menudo:

“Ni los malos resultados te definen, ni los buenos te coronan. El verdadero reto está en aprender a administrar el momento”.

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Aunque sencilla, encierra una gran verdad: las victorias y las derrotas son inevitables, pero lo que realmente define a una persona —y a una organización— es la manera en que se gestiona y se enfrenta a ambas.

Gestionar el éxito y el fracaso con madurez, perspectiva y humildad no solo es un acto de inteligencia emocional, sino un ejercicio de liderazgo personal.

En tiempos donde las redes sociales glorifican los logros y esconden los tropiezos, aprender a celebrar sin arrogancia y caer sin rendirse es una habilidad más valiosa que nunca.

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El peligro del éxito: “perder el piso”

Celebrar los triunfos es necesario. Ignorarlos nos vuelve insensibles al esfuerzo y al valor del trabajo bien hecho. Pero sobredimensionarlos puede tener efectos igual de nocivos.

Hay logros que nublan el juicio, inflan el ego y nos hacen perder el sentido de proporción (capacidad de comprender y evaluar la importancia relativa de las cosas en una situación), por lo que el éxito mal gestionado puede llevar a la complacencia, al descuido y, en ocasiones, al declive.

Por eso es clave reconocer que todo triunfo es parcial, temporal y colectivo. Ningún logro es 100 por ciento propio ni eterno. Siempre hay un equipo, un contexto, una historia y un cúmulo de factores que lo hicieron posible.

Celebrar con honor implica agradecer, reconocer a otros y mantenerse con los pies en la tierra. Porque si no, el éxito puede convertirse en algo muy dañino.

Aprender de las derrotas sin autoexilio

En el otro extremo están los fracasos. Equivocarse, perder o no alcanzar una meta duele. No obstante, el fracaso también tiene una cualidad extraordinaria: nos muestra, sin filtros, aquello que debemos mejorar, cambiar o eliminar.

El problema es que muchas veces personalizamos el fracaso: lo convertimos en identidad en lugar de verlo como una circunstancia o una consecuencia de tener el valor de hacer que las cosas sucedan.

De ahí nacen la vergüenza, la parálisis o la frustración crónica. Sin embargo, fracasar no nos hace fracasados, nos hace humanos. Lo importante es qué hacemos con ese momento.

Como diría mi mamá Raquel Serrano: A veces se gana, siempre se aprende.

Los líderes que gestionan con honor una derrota reconocen sus errores, no se esconden, no echan culpas y no minimizan el impacto. En cambio, hacen lo que las organizaciones más resilientes del mundo practican: el post-mortem.

Esta herramienta de análisis retrospectivo que se hace de manera objetiva y serena al final del proyecto, campaña, evento o etapa, nos permite responder:

  1. ¿Qué salió bien y qué no?
  2. ¿Qué decisiones debimos tomar diferente?
  3. ¿Qué lecciones aprendimos y qué haríamos distinto la próxima vez?
  4. ¿Hubo errores de comunicación o falta de claridad en las instrucciones?
  5. ¿Faltó capacitación o experiencia para manejar la situación?
  6. ¿Se siguieron los procesos establecidos?
  7. ¿Hubo algún factor externo que influyó en el incidente?
  8. ¿Contábamos con las herramientas y recursos necesarios?
  9. ¿Hubo algún riesgo o falla en la evaluación de riesgos?
  10. ¿Se identificaron las causas raíz del problema?
  11. ¿La respuesta del equipo fue oportuna y efectiva?

Este ejercicio, si se hace con honestidad y sin buscar culpables, fortalece al equipo, depura procesos y eleva la calidad del siguiente intento.

La cárcel de la queja

Triunfos y fracasos: dos caras de la misma moneda

Una cultura que solo valora el éxito está destinada a romperse en la primera crisis. Y una mentalidad que teme al fracaso nunca tomará riesgos reales. Por eso es fundamental integrar ambos como parte natural del camino profesional y humano.

En los negocios, cerrar un ciclo sin reflexión es desperdiciar una oportunidad de mejora. Y celebrar sin conciencia es invitar al ego a que tome el timón. Lo ideal es crear una práctica sistemática que, al final de cada proyecto, incorpore tanto el análisis objetivo como el reconocimiento emocional:

  • ¿Qué funcionó y debe repetirse?
  • ¿Qué no funcionó y debe corregirse?
  • ¿Qué lecciones nos llevamos como equipo y como personas?

Es un ejercicio que no solo genera aprendizaje continuo, sino que fortalece la humildad, la responsabilidad y la cultura de mejora.

Sin duda, el equilibrio nos hace mejores, por lo que gestionar con honor no significa esconder los errores ni minimizar los logros.

Significa asumir ambos con madurez, empatía y perspectiva, así como entender que ningún éxito es garantía de eternidad y que ninguna derrota es sentencia final.

En la práctica, esto implica:

  • Ser generosos en la victoria y valientes en la derrota.
  • Reconocer al equipo, incluso cuando el liderazgo fue individual.
  • Aprender sin resentimientos.
  • Y seguir, siempre seguir.

Porque en el mundo real —más allá del discurso motivacional— la carrera es larga, los ciclos se repiten y la consistencia supera al impulso. Los que logran avanzar no son los que nunca fallan, sino los que saben caer y levantarse con dignidad.

Hoy más que nunca, liderar implica enseñar a otros (y a uno mismo) que el valor no está solo en ganar o perder, sino en cómo respondemos en cada escenario.

Cada cierre es una oportunidad de transformación y que la verdadera maestría no se mide por lo que logramos, sino por la forma en que seguimos adelante después de cada victoria… o cada fracaso.

Evita que el fracaso destruya a tu equipo con estos 10 consejos

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Mario A. Esparza

Estratega en Comunicación Holística y Reputación Corporativa PR mentor, content hacker, reputation evangelist y storyteller con más de 17 años de experiencia en comunicación holística, relaciones públicas y reputación corporativa. Barista, melómano y Co-autor del libro Comunicación Corporativa 4.1, en tiempos de crisis.
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