La pandemia puede ser la que, por fin, nos una e integre para despertar y nos mueva a priorizar nuestra salud , así como a implementar programas sólidos de prevención entre la fuerza laboral.
Tengo la experiencia de hacer visible lo ignorado. Esta experiencia se ha repetido varias veces en mi vida, y es precisamente lo que estamos viviendo hoy con esta pandemia por la Covid-19. ¿Qué observo de todos los sectores involucrados? Grandes, enérgicos, comprometidos y legítimos esfuerzos para salir adelante, con un común denominador: la fragmentación.
Recuerdo que en una sesión con la comunidad del Consejo Empresarial de Salud y Bienestar, sobre el voluntariado de adultos mayores, lanzamos la siguiente pregunta a varios entrevistados, uno por uno: “Pensemos que estamos en el año 2030, con una condición de salud muy diferente a la actual. Una década después, estamos en una condición saludable, porque México ha logrado erradicar la obesidad. ¿Qué hicimos para lograrlo?”.
Nuestros entrevistados, doctores en su mayoría, abrían los ojos y lanzaban una mirada al Cielo —con mayúscula—. Las respuestas fueron variopintas, prevaleciendo constante la siguiente reflexión: “Tuvimos que educar salud desde la prevención de las enfermedades, y no desde la reacción”.
¿Cómo encuentra la Covid-19 al mexicano promedio? De acuerdo con la información oficial, México ocupa el primer lugar en obesidad en todo el mundo, de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Para Fit not Fat de la OCDE, México es el segundo país con más población obesa, después de Estados Unidos. Tres de cada diez personas son obesas, y casi siete de cada diez tienen sobrepeso.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), detalla que 56% del país es inactivo físicamente. La Hipertensión Arterial (HTA) es uno de los principales factores de riesgo para padecer enfermedad cardiovascular, cerebrovascular y falla renal, que son importantes causas de mortalidad en México. En tan solo seis años, entre 2000 y 2006, la prevalencia de HTA incrementó 19.7% hasta afectar a 1 de cada 3 adultos mexicanos (31.6%).
Es una mañana del 2006. De pronto comienzo a ver puntitos dorados y me siento algo mareada. Las palabras de mi tío Oscar, el doctor de la familia, regresan súbitamente: “Cuidemos nuestra presión arterial porque entre nosotros hay casos de hipertensión”. Siento incomodidad y temor al recordar esta sentencia; mi padre también me había dicho que debía cuidar de mi presión arterial. Esta experiencia, y el hecho de “estar llenita”, me llevaron con el especialista. ¡Efectivamente! “Debe usted bajar más de veinte kilos, y adoptar un estilo de vida saludable”.
¿Por qué esperé tanto tiempo? ¿Qué fue lo que me movió al cambio? ¿Por qué esta vez sí lograría la meta? Supe que esta vez bajaría todo ese peso porque, ¡eureka! Subí a la báscula y ¡sí quise saber cuántos kilos debía bajar! Pero, sobre todo, porque sentí miedo. Comparto este episodio de mi historia personal porque, como les digo, tengo la experiencia de hacer visible lo ignorado.
Para ello, para lograr la mirada, requeriremos tomar el rol de líderes. Un liderazgo adaptativo e incluyente para saber cómo comportarnos en tiempos de crisis. Con este rol, evitemos las reacciones de corto plazo, producto de la frustración natural. Calibremos, siendo líderes, nuestras emociones, a fin de evadir la necesidad de resolver de forma rápida, con controles estrictos y promesas irreales, para centrarnos, estratégicamente, en metas equilibradas, con objetivos posibles, bien aterrizados.
Hay que recuperarnos y trabajar, sin conclusiones apresuradas, para cambiar las reglas del juego, experimentando nuestras pérdidas, con empatía. Sentir la incertidumbre por el cambio continuo y, por ende, el aprendizaje incesante. Se trata de rediseñar expectativas y lealtades con vitalidad: dejar de tomar decisiones con base en lo conocido, sino de acuerdo con lo que estoy aprendiendo, en tiempo real.
Se trata de construir lo nuevo. Sabemos cosas del pasado, sí, pero ya no nos sirven ahora; usemos nuestra capacidad de adaptación para permitirnos vivir estas pérdidas diarias, a fin de establecer un círculo de confianza, vulnerable y valiente, para replantear escenarios, e ir haciendo cambios estratégicos hacia el futuro.
Resignifiquemos la palabra “fracaso”, porque, literal: pesa mucho. Frente a esta difícil situación, busquemos estabilizar la situación, y encontrar un espacio para aceptar nuestra realidad, con el objetivo de ir construyendo nuestra “nueva normalidad”. Pensemos a largo plazo: requerimos unidad entre los sectores civil, académico, público y privado para edificar una cultura de autocuidado.
Para ello, apelemos a nuestra capacidad de conservación e innovación: adaptémonos a los retos sucesivos, y apoyémonos en la colaboración, no sólo con nuestros equipos, sino con otros expertos. Esta pandemia puede ser la que, por fin, nos una e integre para despertar, y nos mueva a priorizar nuestra salud. Se trata de un nuevo ordenamiento: aprovechar esta turbulencia del presente para cerrar un ciclo, y cambiar con sentido de urgencia, repito, para edificar juntos, como nación, una cultura de prevención.
*La autora es Presidenta del Consejo Empresarial de Salud y Bienestar