En México sólo 5 por ciento de las empresas invierte en investigación y desarrollo. Esto significa que mucho talento altamente calificado en ciencia y tecnología está siendo desaprovechado.
El capital humano mexicano incluye cada vez más científicos e ingenieros. Pero eso no significa que las empresas estén sacando provecho de su talento. Por ejemplo, la industria maquiladora automotriz, “busca sobre todo mano de obra barata, y menos capital humano altamente calificado”, afirma Víctor Hugo Guadarrama, integrante del Foro Consultivo Científico y Tecnológico (FCCyT), un ente autónomo de consulta del Poder Ejecutivo que también se encarga de difundir el trabajo de los científicos mexicanos.
Economías emergentes como Corea del Sur han logrado crecimiento económico y científico en los últimos años porque sus sectores privados invirtieren más en la innovación, según el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
Y según información de ese organismo público del gobierno federal, encargado de promover y estimular la ciencia en la tecnología en el país, el sector privado aporta en México solo el 32 por ciento del total del gasto nacional en investigación y desarrollo experimental. Apenas 5 de cada 100 empresas mexicanas invierte en esas áreas, lo que equivale a 1 mil 789 compañías.
En México los científicos, señala en entrevista con Factor Capital Humano Víctor Guadarrama, no terminan encontrando un espacio en donde pueden desarrollar más productos o servicios innovadores. De acuerdo con el Índice Global de Innovación 2018, México pasó del lugar 58 al 56, entre 120 países.
Sin embargo, pese al avance, “perdimos puntos en sofisticación de mercados y creatividad”, afirma Victor Guadarrama. En cuanto a inversión en la sofisticación de mercados, México cayó al lugar 102. En el rubro de creatividad para desarrollar industrias en Internet, nuestro país ocupa el sitio 81.
El índice se apoya en dos pilares: la inversión para promover la innovación y los productos obtenidos de ello, explica Guadarrama. En opinión del científico, es en ese segundo pilar en el que el país “no está muy bien. De alguna manera el Estado sí ha gastado en infraestructura y en formar capital humano, pero luego no les estamos ayudando a crear”.
Debido a la creciente competitividad de la economía mundial y del mercado laboral, México ha otorgado importancia al aumento de estudiantes e investigadores en ciencias e ingeniería, indica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en su informe Panorama de la Educación 2017.
En 2016 una cuarta parte de quienes tenían entre 25 y 64 años con educación superior en México tenía título en ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas. Y en 2015, 32 por ciento de los alumnos de nuevo ingreso a la educación superior eligió alguna de esas áreas, apunta el documento.
Datos del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) de 2015 ubican al país como el octavo con más ingenieros graduados. En aquel año había casi 114 mil, por encima de Francia, nación que en ese entonces reportó poco más de 104 mil especialistas.
“Debemos utilizar ese talento humano que ya formamos para generar productos, proceso y servicios con valor agregado”, insiste Guadarrama. Su diagnóstico sobre la causa de esta disfunción va parejo para la inversión privada como para los esfuerzos gubernamentales. “En algo están fallando ambos”.
Para Víctor Guadarrama, el Sistema Nacional de Innovación no ha funcionado como se esperaría por falta de políticas públicas y créditos. También porque los científicos no están siendo educados con una visión empresarial.
La enseñanza que reciban tendría que proporcionarle habilidades gerenciales y que sepan hacer modelos de negocio. “Saben hacer muy bien su trabajo, pero nada sobre cómo llevarlo al mercado”, apunta el doctor en ciencias sociales, con especialidad en economía y gestión de la innovación.
Y la iniciativa privada también podría invertir más en investigación y desarrollo, sugiere. Esto no solo beneficiaría a los científicos, “sino a las propias compañías al obtener productos con valor agregado”. La innovación supone costos y riesgos, concede, pero la rentabilidad que se puede lograr es la recompensa.
Para reducir un poco esos riesgos económicos, el Conacyt y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público lanzaron hace un par de años el Estímulo Fiscal a la Investigación y Desarrollo de Tecnología (EFIDT). Se trata de un crédito fiscal al contribuyente que realice gastos e inversiones en IDT, es acreditable contra el Impuesto sobre la Renta (ISR) de los contribuyentes y puede ser ejercido en un periodo de 10 años, hasta agotarlo.
El estímulo equivale al 30 por ciento de los gastos e inversiones en IDT promedio de los tres ejercicios anteriores, o un monto máximo de 50 millones de pesos.
La industria en México que más aporta a la investigación y el desarrollo es la de las tecnologías de la información, “y es la que más está atrayendo personal calificado”. Por el contrario, el sector agropecuario “es el más castigado, a pesar de que exportamos varios productos del campo”.
Víctor Hugo Guadarrama estima que esa industria “quedan muchas áreas de oportunidad para aprovechar la tecnología en los procesos de siembra, cosecha, post cosecha y venta”. La mayoría de los productos del sector agropecuario tienen poco valor agregado, sostiene.
Y con la cuarta revolución industrial, donde la automatización y el uso masivo de datos será la constante, “necesitamos ya talento humano que tenga las condiciones para mejorar lo que tenemos”.