Inclusión financiera es un término que durante décadas hemos escuchado en repetidas ocasiones. Su avance significativo ha sido posible gracias a la estrecha relación que tiene con el avance de la tecnología. Prueba de ello es la reciente participación de millones de personas que habían sido excluidas de los sistemas financieros en México y el mundo.
Tal como la define el Banco Mundial, dicho término significa democratizar el acceso de personas y organizaciones a productos financieros útiles y asequibles que satisfagan sus necesidades.1 Si a esta definición agregamos el componente tecnológico, surge entonces la “inclusión financiera digital”, la cual se basa en el despliegue de herramientas que permitan a este tipo de servicios ahorrar costos para maximizar su alcance, sin importar la ubicación geográfica o los niveles de ingresos de los usuarios.
En pocas palabras, estamos hablando de mejorar la calidad de vida de las personas, permitiéndoles acceder a seguros, créditos y transacciones en línea gracias a la actual economía digital. Tal es el impacto de estos servicios que siete de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, dependen de la inclusión financiera para su consecución.
Y como ha sucedido con otros aspectos de la digitalización, la pandemia aceleró la tendencia que ya se observaba desde años atrás. El confinamiento propició una mayor adopción de servicios financieros digitales, derivado de las medidas de “no contacto”, las cuales obligaron a empresas e individuos a realizar más transacciones en línea.
Lo que años atrás era poco probable, ahora está al alcance de un dispositivo con Internet. Hoy es posible abrir una cuenta de manera remota sin necesidad de acudir a una sucursal y hacer operaciones bancarias desde una aplicación móvil, demostrando cómo la digitalización es clave para la prosperidad del ecosistema financiero contemporáneo.
El contraste con la realidad es alarmante. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera 2018, 68% de los mexicanos cuenta con un producto financiero y 47% con una cuenta bancaria. Esto sin mencionar que en pleno siglo XXI, 90% de la población sigue utilizando efectivo al realizar sus compras. Por lo tanto, resulta urgente que más empresas se apoyen en la tecnología para alcanzar no solo sus metas de negocio, sino también la plena inclusión financiera del país.
La clave para disminuir estas desigualdades y acelerar la inclusión financiera es el fomento a la innovación y el desarrollo de infraestructura. Combinar las necesidades de las personas con la tecnología adecuada es la llave para comprender los requerimientos específicos de los usuarios y crear un beneficio.
Por ejemplo, en algunos países en donde el acceso a servicios financieros básicos es aún limitado, pero con una amplia penetración de teléfonos inteligentes, se han desarrollado aplicaciones que combinan tecnología biométrica y blockchain para facilitar su acceso en poblaciones en desventaja a un costo más bajo. En particular, la experiencia del usuario se simplifica eliminando obstáculos, como la falta de identificación o de ingresos formales.
Pese a que existe la posibilidad de que en nuestro país avancemos firmemente hacia la inclusión financiera, no dejemos de lado que existe otra área que limita el acceso incluyente a estos servicios. Por un lado, nos enfrentamos a la brecha digital que en México es aún amplia. Al respecto, el INEGI, a través de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información 2019, reveló que cerca de 30% de la población aún carece de acceso a Internet.
Por otro lado, también tenemos brechas que permean en el sector. Si bien, el fortalecimiento de las fintechs en la última década ha acelerado la incursión de más personas en este rubro, la desigualdad de género continúa limitando la participación de más mujeres en su empoderamiento económico. Las desigualdades exacerbadas van desde el acceso a recursos de las TIC (teléfono móvil, internet), los prejuicios sociales, así como la educación digital y financiera. Se estima que 42% de las mujeres en todo el mundo (mil millones en total) no están bancarizadas, y las razones pueden ser tan diversas como preferir métodos de ahorro informales, depender económicamente de otra persona o por la inflexibilidad de los mecanismos de préstamos bancarios.
A pesar de que el cierre de la brecha de género depende de diversos factores, a medida que este sector desarrolle instrumentos adecuados a las distintas realidades de las personas con el apoyo de la tecnología, el camino será más corto. Ofrecer productos y servicios financieros incluyentes equivale a un aumento de herramientas como créditos, instrumentos de ahorro y seguros, los cuales son necesarios para superar los desafíos actuales, y que se han visto acrecentados por la pandemia.
México debe aprovechar las ventajas de la acelerada digitalización, impulsada por la pandemia para fortalecer su sector financiero. Sólo a través de una inclusión sólida en dicha área se podrá avanzar hacia un escenario en el que más personas y organizaciones accedan a servicios financieros útiles y asequibles, que les permitan mejorar aspectos clave, tanto en su calidad de vida, como en sus negocios.
Acerca de la autora
Raquel Macias es Directora de Asuntos Corporativos y Responsabilidad Social de SAP México. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por el Tec de Monterrey y cuenta con estudios de posgrado en la Universidad de San Diego y el IPADE. Ha colaborado en actividades de responsabilidad social enfocadas al empoderamiento económico de la mujer.
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Referencia
1 Banco Mundial. 2018. La inclusión financiera es un factor clave para reducir la pobreza e impulsar la prosperidad.
Disponible en: https://www.bancomundial.org/es/topic/financialinclusion/overview