En México y América Latina, vivimos tiempos de cambio sin precedentes. Es bien sabido que pertenecemos a una región con inestabilidad política, incertidumbre económica y retos como la desigualdad, la violencia de género y el cambio climático, por mencionar algunos, y que hoy ve sus dificultades multiplicarse ante los efectos de la pandemia global, causada por el COVID-19.
Por Juan Del Cerro
En México, el COVID-19, sumado a condiciones previas a las que nos enfrentábamos, amenaza con detonar riesgos económicos mucho mayores que lo que hemos visto en los últimos años, según el INEGI, ya que “durante el primer semestre de 2020, el PIB oportuno se redujo -10.5% respecto a igual lapso de 2019”1, y con los efectos negativos actuales es difícil pensar qué tanto más profunda será la reducción hacia finales del año.
La solución, un cambio de paradigma
Al enfrentarnos a una crisis como ninguna otra, la única solución debe ser el pensar en acciones distintas a las tradicionales, no sólo en el corto, sino también en el largo plazo.
La pandemia ha demostrado que nuestro sistema económico actual tiene importantes debilidades, especialmente porque las personas que ya vivían en la vulnerabilidad social y económica, son quienes se han visto más afectadas.
Debido a lo anterior, no podemos enfrentar dificultades sin plantear realmente un cambio de paradigma, que no sólo nos ayude a disminuir los efectos que estamos experimentando actualmente, sino que siembre la semilla para un cambio sustancial y regenerativo.
Desde el sector privado, esto se entiende como un replanteamiento de las bases y los valores que rigen a los negocios e inversionistas, quienes deben de tomar un rol activo en la recuperación económica, social y medio ambiental de nuestros países; en lugar de esperar que tanto el sector público como la sociedad afronten estos retos.
Afortunadamente, ya tenemos un modelo actual que ha demostrado que las organizaciones son un jugador clave en la resolución de los grandes desafíos sociales, al mismo tiempo que continúan siendo generadores de riqueza.
Este modelo está compuesto por la Empresa Social y la Inversión de Impacto, el cual -desde hace algunos años- ha comenzado a tomar fuerza en México y América Latina, demostrando que es posible cambiar el esquema del dinero como la única métrica de éxito en las compañías por aquel que puede alcanzar el éxito económico mientras se resuelven problemáticas sociales y medioambientales.
Como parte de la óptica empresarial, quizá el más fuerte ejemplo de este movimiento es el de las Empresas B, red global que incluye desde grandes corporativos como Danone Norteamérica, Natura y Patagonia, hasta startups como Iluméxico, Échale y Pixza.
En las cifras más actualizadas, según B Lab, organización que impulsa el movimiento de Empresas B, “existen más de 3,500 certificadas, las cuales vienen de 74 países, y representan a más de 150 industrias”.2
Las Empresas B modifican sus estatutos legales para comprometer a sus accionistas con la base del impacto positivo y desarrollo económico; además de que tienen la obligación de medir dicho impacto alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, definidos por la Organización de las Naciones Unidas.
Estas 3,500 empresas son una pequeña muestra (la gran mayoría de las empresas sociales no están certificadas), de cómo hoy podemos crear organizaciones exitosas que nos ayuden a tener mejoras y aspirar no sólo a la “normalidad” previa al COVID-19, sino a una “normalidad” más sostenible, de forma ambiental, y con justicia para todos.
Capital que impulse la recuperación
Aunado a una mutación en el paradigma dentro de la creación de empresas, también necesitamos un cambio de mentalidad en el sector de capital que empuja estas iniciativas. Así, el grupo de “inversión de impacto” está demostrando que es viable obtener rendimientos financieros sin tener que asumir un costo negativo.
El crecimiento de las inversiones de doble y triple impacto, en los últimos 10 años, ha sido exponencial, según Bain and Company. En 2008, en América Latina se detectaron ,160 millones de dólares catalogados como inversión de impacto, y para 2013 ya se contaba con más de 2 mil millones de dólares3. Actualmente, en el reporte del Global Impact Investing Network, 226 miembros de su red a nivel global manejan más de 239 mil millones de dólares.4
Estas inversiones no se refieren a filantropía, y mucho menos asumen un sacrificio en la rentabilidad, sino que han demostrado, durante la pandemia, que sus resultados suelen tener mejor rentabilidad que las inversiones tradicionales.
“Tomando como métrica de comparación a fondos como el S&P 500 de Tecnología, el cual ha tenido un retorno del 25% en lo que va del año, y el S&P 500 de energía (que incluye petróleo y gas), que ha tenido un declive del 34%, el 64% de fondos de inversión estudiados ha superado estas métricas”, de acuerdo al New York Times5; además, el mismo diario cita a Brad Harrison, líder de Inversión de Impacto en la firma Tiedemann Advisors, quien dijo “Los portafolios de inversión de impacto están superando su rendimiento de manera significativa en comparación de las inversiones tradicionales”.
Emprender e invertir hacia una recuperación integral
Queda demostrado que que es posible trabajar hacia una recuperación económica post-COVID-19, que además genere impacto positivo en el medio ambiente y en la sociedad. Por lo que, mirando hacia adelante, no tenemos excusa para pensar que en nombre del desarrollo económico tengamos que hacer sacrificios en la naturaleza o en los derechos humanos, con el objetivo de restablecer la economía.
Podemos argumentar que ha sido justo nuestro enfoque de maximización de utilidades en un mundo con recursos finitos, aunque tendremos que cambiar la forma en la que emprendemos e invertimos. Un mundo con desarrollo económico, justicia social y de regeneración medioambiental, no sólo es posible, quizá sea el único escenario viable para nuestra supervivencia a largo plazo.
Acerca del autor
Durante 12 años, Juan Del Cerro -orador internacional- ha liderado organizaciones que impulsan a los jóvenes a convertirse en agentes de cambio. Es Fundador de Disruptivo.tv y Socialab México. Recibió el Premio Nacional del Emprendedor en 2018 y ese mismo año fue seleccionado por LinkedIn como una de las “Voces más Influyentes de América Latina”. Forma parte de Gifted Citizen, es Socio Fundador de Asociación de Emprendedores de México, Consejero de la Escuela de Emprendimiento Social e Innovación en Ibero, donde funge como académico, al igual que en la UNAM e ITESM. Es autor del libro “¿Qué es el Emprendimiento Social?”. juan@disruptivo.tv
Referencias
1 INEGI, “Estimación oportuna del Producto Interno Bruto en México durante el segundo trimestre de 2020”, 30 de julio de 2020, inegi.org.mx
2 B Corporation, “About B Corp” bcorporation.net
3 Andre Leme, Fernando Martins and Kusi Hornberger, “The State of Impact Investing in Latin America”, noviembre 21 2014, www.bain.com
4 Abhilash Mudaliar, Rachel Bass, Hannah Dithrich, Noshin Nova, “2019 Annual Impact Investor Survey” junio 19, 2019, thegiin.org
5 Paul Sullivan, “Investing in Social Good Is Finally Becoming Profitable”, Aug. 28, 2020, www.nytimes.com
Links
Artículo publicado en el review Otoño 2020 de MIT Sloan Management Review México:
https://view.publitas.com/gm/mit-smr-mx-otono-2020/page/14-15