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¿Vamos hacia la creación de una Ucrania occidental y otra oriental?

Aunque los líderes de las potencias democráticas afirman su apoyo total a la integridad territorial de Ucrania, la participación en esta guerra de un país con potencial nuclear, como es Rusia, podría terminar con la partición del país en dos partes, como ya ha ocurrido anteriormente en la historia. No sería la primera vez en la historia reciente. Los dos estados coreanos se formaron tras una guerra similar y casi 70 años después no han firmado un acuerdo de paz, aunque sí un armisticio o acuerdo de no agresión.

Igor Galo Anza 26 Dic 2022

Las cosas no han podido desarrollarse de una forma más diferente a lo que con toda probabilidad esperaba Putin cuando lanzó una “operación especial” para “desnazificar” Ucrania.

Si las expectativas del autócrata ruso eran que un rápido paseo militar cambiase el gobierno de su vecino del sur para mantenerlo bajo la órbita de Moscú, lo que ha conseguido es una guerra que ya se ha prolongado durante casi un año con decenas de miles de muertos, rondas de sanciones económicas que aunque no han tumbado su economía al instante, la han hipotecado para las siguientes generaciones, y que Europa y EE.UU. hayan reforzado su relación militar en torno a la OTAN.

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Una organización de defensa colectiva a la que se han sumado como nuevos miembros Finlandia y Suecia, y que a su vez ha reforzado lazos con países como Australia, Nueva Zelanda o Japón, como se pudo constatar en la última cumbre de esta alianza en Madrid.

Ucrania, por su parte, ha demostrado una fuerza, unidad y resiliencia inesperadas, haciendo de esta desgracia una virtud. Su resistencia en los primeros embates de la guerra admiró a gran parte del mundo y sus éxitos en la contraofensiva desde el pasado verano le han dado la esperanza y certeza de que pueden defender su existencia como nación y como estado independiente.

La ayuda militar y económica de los EE. UU., y en menor medida de la Unión Europea, ha sido clave a la hora de dotar de medios a los ucranios para defenderse de la agresión rusa. Y posiblemente su capacidad de seguir con el contraataque y defender sus posiciones estará directamente relacionada con el mantenimiento de este apoyo.

Poniendo límites al conflicto: ¿Hasta dónde?

¿Hasta cuándo y hasta dónde mantener este apoyo al país agredido por una potencia nuclear? Son las preguntas que seguramente muchos estrategas de muchos gobiernos se estarán haciendo ahora mismo en Washington, Bruselas, Londres, París o Berlín.

La clave aquí es la capacidad nuclear rusa, como bien recuerdan con cada vez más frecuencia Putin y su ministro de exterior Lavrov. Con cada avance ucranio, o apoyo occidental a Ucrania, Rusia vuelve a sacar el comodín de la bomba atómica, haciendo recordar al mundo que no puede ser vencida por las armas, aunque su ejército convencional haya sido humillado, y que defenderá su territorio de amenazas existenciales por este medio si hace falta. Y si hay algo en lo que parece estar de acuerdo todo el mundo, es en la necesidad de evitar un enfrentamiento atómico ante todo.

Por lo tanto, ¿hasta qué punto del mapa seguirán apoyando los EE. UU. y Europa la resistencia o el avance ucranio?  Tras la anexión mediante una farsa de referéndum de las provincias de Donetsk, Luhansk, Jerson y Zaporiyia, las fuerzas ucranias ya están en un territorio que técnicamente Moscú considera parte de la Federación Rusa desde el pasado verano. Y la doctrina militar rusa de 2014 incluye el uso de armas nuclear ante amenazas existenciales.

Sin embargo, por el momento la opción nuclear sigue siendo solo una amenaza o el comodín de salvación del autócrata del Kremlin. Parece que ni Putin se toma en serio los referendos de anexión a Rusia de las provincias ucranianas ocupadas.

Y aunque los apoyos a la integridad territorial de Ucrania es un mantra entre los líderes occidentales, queda por definir sobre un mapa concreto la extensión de esa integridad que se está dispuesta a apoyar. ¿Durará el apoyo militar y económico a Ucrania hasta que se alcancen las líneas previas a la invasión rusa de febrero de 2022, o hasta las fronteras de 1991 que delimitaron la frontera entre Rusia y Ucrania tras la caída de la Unión Soviética? Y Crimea que fue ocupada en 2014, ¿cómo quedaría en este debate?

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¿Hasta cuándo?

El otro factor que también se estará sopesando sin lugar a dudas por parte de los estrategas de los países implicados en el conflicto de una u otra manera, junto con el “hasta dónde”, será el “hasta cuándo”.

Exceptuando para los fabricantes de armas, especuladores de materias primas y alguna potencia emergente que aproveche la situación para reforzar sus propios intereses, una guerra no es un buen negocio: cuesta mucho dinero y genera muchos problemas que afectan a todo el planeta.

Exige dinero destinado a armamento, provoca que se pierda bienestar por las disrupciones económicas en unos mercados globalizados y consume capital en ayudas humanitaria, además de generar problemas políticos y sociales.

También muertos, por supuesto, de Rusia y Ucrania en el actual conflicto bélico. Un saldo que se amplía con los dos muertos en una localidad fronteriza de Polonia por la caída de un misil y en el que podría incluirse también a los pasajeros fallecidos en el vuelo de Malasia Airlines el 17 de julio de 2014 tras ser alcanzado por un misil mientras sobrevolaba el este de Ucrania.

Las consecuencias económicas de la guerra, y la dimensión económica del mismo, son bien conocidas por las partes enfrentadas. Por eso Rusia corta el gas para debilitar la economía europea, mientras que los aliados de Ucrania intentan hundir la economía rusa, aislándola del sistema de interconexión bancaria Swift, congelando sus activos en el exterior o limitando el precio de sus exportaciones de petróleo.

La gravedad de la acción rusa y el enorme riesgo de que un éxito en Ucrania dé alas a Putin para continuar su lucha contra las democracias liberales, incluso con acciones armadas, han permitido que prácticamente nadie en Occidente cuestione las ayudas a Ucrania y las sanciones a Rusia a pesar de los costes económicos que implican. Al menos hasta el momento.

Sutil cambio en las narrativas

En las últimas semanas el frente de la guerra parece estar más estabilizado tras la exitosa contraofensiva ucrania de verano y otoño, aunque sin duda continuará haciendo avances y retrocesos que vaya cambiando la línea de combate. 

¿Aumentarán los socios de Ucrania su apoyo económico y militar ante una hipotética ofensiva rusa? Con altísima probabilidad. Ucrania se juega su existencia y Occidente, en especial la Unión Europa, su credibilidad, su futuro y sin duda su papel en el mundo.

¿Cómo reaccionaría Putin si el ejército ucranio empieza a recuperar las regiones controladas en Donesk y Luganks por las fuerzas prorrusas desde el inicio de la guerra del Donbás en 2014? Putin no puede perder esta guerra, o al menos no puede decir a sus seguidores que ha perdido la guerra. Se juega el puesto y quizás la vida, y nos recuerda que tiene el mayor arsenal del mundo de armas nucleares cada vez que puede.

Hoy en día, con la disidencia rusa amenazada o exiliada, no parece factible que alguien en el Kremlin pueda arrebatar el poder a Putin para atribuirle la derrota y cerrar de esta forma esta trágica guerra. Y un posible cambio en el Kremlin tampoco implica necesariamente tener a alguien más sensato al mando del país más extenso del mundo.

Así las cosas, ¿hasta cuándo puede durar la guerra en el este de Europa?  Un factor clave será sin duda la resistencia del ejército ucranio, así como la resiliencia de las sociedades europea, norteamericana y rusa para afrontar este pulso.

Otro elemento serán las negociaciones entre Ucrania, los EE. UU. y sus socios de la OTAN con Rusia. Josep Borrell, el alto representante de la UE para la Unión Europea,  lo dijo muy claro ya en los comienzos de la invasión rusa: “Las guerras se acaban con un alto el fuego y la negociación”.

El pasado 21 de noviembre los servicios secretos estadounidenses y rusos parece ser que se reunieron en Turquía según informaron varios medios occidentales, aunque “no para hablar de negociaciones”. La agencia rusa TASS por su parte comunicací de que los EE. UU. están buscando una mesa de negociación. 

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En las últimas semanas, son cada vez más las noticias y comunicados, nunca explícitos, en ese sentido. Los aliados de Ucrania formalmente siguen mostrando su apoyo total a Ucrania y a su integridad territorial, pero cada vez son más las noticias no oficiales no confirmadas que saltan a los medios sobre unas hipotéticas negociaciones de paz entre Rusia, por un lado, y Ucrania con el apoyo occidental por el otro.

Un elemento relevante de todas estas informaciones es el hecho de que destaquen que es la otra parte quién rechaza sentarse en una mesa de diálogo. El mensaje implícito es, por lo tanto, que ambas partes ven necesario establecer conversaciones de paz para finalizar el conflicto, aunque culpen a la otra de que esto no sea posible.

Desde los foros internacionales como el G20 hasta los ciudadanos de todo el planeta que sufren las consecuencias de la guerra en diferentes grados, la presión por un acuerdo que termine con el conflicto irá aumentando con el tiempo y por los costes de la guerra.

Ha comenzado la batalla por el relato sobre la paz, y por presentar esa paz como una victoria. Y las partes quieren demostrar que hacen lo posible en este sentido, culpando al contrario de no desear poner fin al conflicto.

Las recientes declaraciones del presidente francés Emmanuel Macron de que Rusia no debe ser humillada, e incluso el anuncio y difusión de la información de que también soldados rusos fueron ejecutados a sangre fría por el ejército ucranio pueden ir allanando el camino para convencer a las sociedades de que una salida negociada es la mejor solución.

Hay otras noticias que ayudan a ir uniendo puntos para ver hacia dónde evoluciona el conflicto, como la liberación de la baloncestista estadounidense Brittney Griner a principios de diciembre dentro de un intercambio de prisioneros entre EE. UU. y Rusia.

¿Una Ucrania del este y otra del oeste como fórmula para una “no derrota”? El caso coreano o cómo terminar una guerra en la que ninguna parte puede ser derrotada.

Con un Putin nuclear que no puede admitir internamente una derrota, aunque solo sea para salvar su cabeza, y unos socios de Ucrania que no pueden plegarse a las demandas rusas sin perder su credibilidad interna y externa, se precisa encontrar algún acuerdo que pueda ser presentando como una victoria, o por lo menos como una “no derrota” a nivel interno en Rusia y Ucrania, y que tranquilice al resto del viejo continente. ¿Qué posibles salidas quedan al conflicto?

Una solución podría pasar por un acuerdo que permita justificar a todos los líderes políticos implicados que no cedieron formalmente territorios al enemigo, siendo conscientes de que en este contexto las partes son tanto Rusia y Ucrania, por un lado, como la coalición formal de la OTAN o la coalición informal de regímenes no democráticos formada por Rusia, China y asociados.

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¿Imposible? No tanto, se ha dado con anterioridad. Es por ejemplo el caso de Corea, dividida en dos desde hace 70 años mediante un armisticio, pero que, no habiendo firmado un tratado de paz, continúa técnicamente en guerra.

Tras cuatro años de guerra entre el régimen del sur y el norte de Corea, apoyado el primero por China y Rusia y el segundo por los EE. UU., el armisticio, que no tratado de paz, estableció una línea divisoria en el paralelo 28 de la península para dar lugar a los estados de la República Democrática de Corea y la República de Corea (sur). Muchas familias fueron separadas para siempre por una de las fronteras más impermeables del planeta, pero las potencias mundiales consiguieron una “no derrota” que les permitió pasar página y evitar una escalada del conflicto.

Los prolegómenos de la actual invitación de Ucrania tuvieron unos orígenes con ciertas similitudes. En las regiones rusófilas del este de Ucrania, con apoyo indisimulado de fuerzas rusas, estalló una guerra contra Kiev lo que las llevó a autoproclamarse como repúblicas independientes, desgajando estas provincias del resto del país durante 10 años. Pero el cálculo errado de Putin al intentar invadir Ucrania al completo provocó la implicación definitiva en el conflicto de los EE. UU. y Europa.

No es Corea el único caso de un país dividido en dos a raíz de conflictos locales que en su escalada se convirtieron en guerras subsidiadas o proxy wars. Otro ejemplo fue Yemen, divido en dos Estados durante décadas en las que el panarabismo socialista encabezado por Egipto, y el islamismo monárquico apoyado por Arabia Saudí jugaron un papel importante en el mantenimiento de esta división, Sin olvidar los ejemplos de Vietnam o  de la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana controlada por la URSS.

Es difícil, e incluso podría ser muy peligroso, que la actual guerra en Ucrania, provocada por la invitación rusa, termine por la derrota total de alguna de las dos partes. Y una posible solución puede pasar por encontrar fórmulas de “no derrota” que permitan a los dos países, y a sus aliados, salir medianamente airosos de una agresión absurda y de consecuencias nefastas.

Un armisticio que pare las agresiones y las pérdidas humanas y económicas podría ser un primer paso en esa dirección. Y la creación de dos entidades como Ucrania del Este, inevitablemente con el control ruso, y una Ucrania del Oeste integrada en la Unión Europea y con el apoyo militar de los EE. UU., es una opción no descartable, aunque quizás no sea actualmente un momento propicio para ello. Y quedaría también encontrar la arquitectura y las denominaciones que puedan ser aceptadas por las partes.

No solucionaría el problema de fondo, pero sí aplazaría el conflicto, como ocurrió el caso de Corea, con la esperanza para cada una de las partes de que el tiempo le permitiría culminar su plan de reunificación.

Si la guerra de Corea y el armisticio que puso fin a las hostilidades en 1955 se consideran como el primer episodio de la guerra fría del siglo XX, la invasión de Ucrania por Rusia quizás también marque un cambio de época, al menos para Europa, porque parece que, en cualquier caso, de haber una nueva guerra fría a escala mundial el teatro principal de operaciones se ubicará esta vez en el Pacífico.


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