La vulnerabilidad es tan importante como compleja dentro de un espacio de trabajo. Y aunque hemos aprendido a temer a este concepto, la realidad es que, aplicada en las dosis correctas, es una pieza clave para completar un espacio de seguridad psicológica.
Como en el mundo animal, el ecosistema corporativo siempre se ha visto como un mundo para lxs más fuertes. La supervivencia (o competitividad) a costa de la fuerza, el poder y la inaccesibilidad. La imponente figura de líderes inquebrantables. Se cree que el mundo laboral está peleado con la vulnerabilidad. Más en particular con lo emocional, con abrirse tal cual somos, ser transparentes y bajar las defensas para ser unx mismx. Pero, ¿qué tan cierto es esto?
La vulnerabilidad, en general, no es un concepto muy aceptado. Y aunque en el mundo laboral prácticamente ni siquiera existe, quisimos explorar un poco más alrededor de este concepto, su connotación y qué efectos inesperados existen cuando la vulnerabilidad aparece en espacios de trabajo.
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Antes que nada, es necesario dar unos pasos atrás y revisar el significado de vulnerabilidad y cómo es percibida en la oficina.
La vulnerabilidad hace referencia a la condición de desventaja que tiene un individuo, comunidad o sistema, ante una amenaza y ante la falta de recursos necesarios para superar daños. Por sus raíces etimológicas, se sintetiza a la cualidad que tiene una persona de ser expuesta a una herida.
Sin embargo, al ser también una cualidad, podemos decir que también es aquella aptitud que nos permite estar abiertos a las condiciones del mundo a las que estamos expuestos, sean buenas o malas.
Esto es importante porque acá empezamos a hablar de sensibilidad al entorno, lxs demás, el contexto de nuestro ambiente y también nuestra propia persona. La vulnerabilidad puede entonces llegar a ser un trabajo introspectivo, profundamente relacionado al ejercicio de la reflexión, es decir, a pensar y a cuestionarse.
Nos han metido la idea de que en el trabajo hay que mostrar seguridad, ser imponentes y hasta cierto punto inflexibles para sostener nuestras ideas y proyectos. Esto nos hace creer que cometer errores puede resultar en que menosprecien nuestro trabajo, e incluso, lleguemos a perder nuestro puesto. Si somos líderes, es impensable mostrar vulnerabilidad, ya que casi por defecto, deberíamos carecer de ella.
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Un equipo de trabajo sin vulnerabilidad tiene altas probabilidades de fracaso. Significaría que no hay apertura para detectar errores en el sistema laboral, y por tanto, que no hay oportunidad de mejora. Los procesos creativos permanecerían estáticos, lo que resultaría en una parálisis para la innovación, pues sin experimentación “prueba-error” no hay manera de que se generen nuevas ideas.
La vulnerabilidad en los integrantes del equipo de trabajo también es fundamental para lograr espacios de seguridad psicológica, donde se da libertad de opinar y aportar, sin miedo a tener consecuencias negativas de cualquier tipo. Esto repercute positivamente en el nivel de compromiso de las y los empleados hacia su trabajo y la empresa. Según un estudio hecho por Gallup, una cultura empresarial regida bajo estos principios es 14 por ciento más productiva.
Diseñar una cultura de responsabilidad y una correcta gestión del fracaso significa perder el miedo a intentar. También se propicia la comunicación efectiva y de retroalimentación constante, donde existe cohesión en el equipo de trabajo, hay estructura y claridad de hacia dónde deben caminar en conjunto para alcanzar un fin común.
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Ahora bien, como muchos cambios organizacionales importantes, luce excelente en papel, pero al momento de saltar a la teoría, es cuando encontramos complicaciones.
Un problema real que notamos al platicar con nuestros clientes sobre cómo mejorar sus culturas corporativas, es que la vulnerabilidad les parece un concepto demasiado abstracto para poderlo aplicar en el trabajo. Y aunque no existe un manual, tenemos cierta noción de cómo podemos dar esos primeros pasos.
Antes que nada, es importante entender que ser vulnerable en un ambiente laboral no significa llorar tanto como puedas con tu equipo de trabajo, llevar quejas al límite o divulgar problemas personales. Se trata de ser valiente para comunicar o asumir la incertidumbre y los retos diarios con transparencia, honestidad y confianza.
Estas son algunas de las buenas prácticas que siempre sugerimos a nuestros clientes para ejercitar la vulnerabilidad en el trabajo:
Aceptar la vulnerabilidad a todos los niveles jerárquicos es la única forma de reexaminar la vieja idea de que las organizaciones deben trabajar como máquinas, bajo la absurda premisa de que nadie puede cometer errores y si los cometen, deben ser señalados.
Es necesario que las personas reconozcan fallas laborales o identifiquen mejoras para realizar el trabajo. Así, participan en la generación de ideas y alternativas de las actividades que desempeñan. No todas las ideas serán aprobadas o concedidas, pero si no hay propuestas (y fallas), no habrá cambios sustanciales.
Menospreciar, tener favoritismos, insultar, humillar y acosar son conductas que indican que la vergüenza se ha apoderado de una cultura. Es mucho más evidente cuando son utilizados para dirigir.
Estas acciones se expanden rápidamente y pueden llegar a sabotear proyectos por miedo a comunicar dudas o deficiencias oportunamente, impidiendo la transparencia en los procesos involucrados y aumentando la posibilidad de cometer errores.
Por lo que si esto sucede en un espacio de trabajo, hay que poner un alto inmediato para frenar estas injusticias. La vergüenza nos impide ser vulnerables por temor a los juicios negativos, así que un paso importante para reconocernos de esta manera, es afrontarla.
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La vulnerabilidad luce de distintas formas en pequeñas acciones mínimas del diario. A veces siendo sinceros y cuando no tenemos todas las respuestas, atrevernos a decir “no lo sé, ¿qué opinas tú?”. En ocasiones es aceptar un error abiertamente, y por lo tanto, motivar a otras personas a hacer lo mismo.
La vulnerabilidad también aparece cuando compartimos una cantidad razonable de nosotros mismos. Por ejemplo, si pedimos un día libre, al día siguiente podemos compartir que fue porque nuestro hijo se sintió mal en el colegio, o porque se averió una tubería en casa. Son pequeños detalles, pero dejan ver a la persona detrás del profesionista.
Espacios en el horario laboral para compartir más sobre nosotrxs, o incluso haciendo del feedback una actividad recurrente, son también formas de ejercitar el músculo de la vulnerabilidad.
Como ves, la vulnerabilidad es tan importante como compleja dentro de un espacio de trabajo. Y aunque hemos aprendido a temer a este concepto, la realidad es que, aplicada en las dosis correctas, es una pieza clave para completar un espacio de Seguridad psicológica, y por lo tanto, relevante en el desarrollo de innovación y alto desempeño.
Si bien aún puede parecer un valor difícil de aterrizar en acciones, en nuestros eventos, talleres y curso de Seguridad psicológica, hemos intentado hacer de la vulnerabilidad algo sencillo de aplicar y poner en práctica para cualquier empresa que desea cambiar su cultura corporativa con nosotrxs.