El pobre es pobre porque quiere
Es necesario desmantelar el mito de que “el pobre es pobre porque quiere”, alejarse de los coach de riqueza fácil y acercarse a la evidencia científica que puede propiciar caminos hacia una prosperidad más amplia.
Vivimos en en un mundo donde la creación de riqueza ha alcanzado cifras históricas, pero también en uno donde la desigualdad de ingresos parecería ser un ciclo inquebrantable.
Según datos del Banco Mundial, desde 1960, el PIB global ha crecido de menos de 2 trillones de USD a más de 120 trillones.
Sin embargo, mientras que la desigualdad económica también ha crecido exponencialmente, las dinámicas detrás de este fenómeno son más complejas de lo que la retórica simplista de “el pobre es pobre porque quiere”.
Mucho más aún que todas las soluciones mágicas que proponen todos los nuevos “creadores de contenidos” cuyas propuestas buscan monetizar la desesperación de los que menos tienen y las ilusiones de aquellos que aspiran a más.
Herederos de escritores tristemente célebres como el autor de Padre Rico, Padre Pobre, cuya riqueza original provino justamente de los pobres que compraron sus mentiras.
Estos nuevos vendedores de espejitos, no sólo usan frases trilladas y distoricionan teorías económicas mezclada con ideología política de cabaret, sino que también coquetean con la culpabilización de aquel incapaz de salir del ciclo de pobreza y desigualdad que el sistema económico dominante le ha propuesto y las condiciones sociales que ha heredado.
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Una era de desigualdad abrumadora
Los datos no mienten, aunque la riqueza global ha aumentado, la distribución de esta riqueza es cada vez más desigual, a pesar que nos gusta decir que hay cada vez menos pobres, lo cual no es mentira, las cifras de desigualdad aún así son escandalosas.
Desde 1960 a la fecha las personas con ingresos medios bajos han aumentado un 300 por ciento, y aquellas en el segmento de ingresos muy bajos, un 485 por ciento.
En términos de proporciones totales, el porcentaje de personas con ingresos bajos se ha duplicado, mientras que el porcentaje de personas con ingresos muy altos ha disminuido del 25.3 al 16.35 por ciento de la población.
Es decir vivimos en la era de mayor riqueza mundial, de menor pobreza histórica, pero con una desigualdad abrumadora, volviendo al sistema un caldo de cultivo para una implosión eminente en las siguientes décadas.
Unos años atrás el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz declaró que:
“El 90 por ciento de los que nacen pobres mueren pobres”.
A pesar de sus esfuerzos, a pesar de cualquier receta mágica, a pesar de cualquier esfuerzo; el 10 por ciento restante son anomalías del sistema que celebramos y festejamos como la excepción que confirma la regla, ya abordamos este tema en el Mito de la Meritocracia.
A diferencia de lo que sucede con los “coach de la abundancia”, la opinión informada de Stiglitz se basa en evidencia científica que la economía política de Latinoamérica en general a obviado por décadas a conveniencia y que al ciudadano promedio privilegiado y preocupado por su propio día a día puede elegir ignorar, evidencia que sigue surgiendo y confirmando lo que sabemos hace décadas, el pobre es por cualquier cosa menos porque quiera.
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La pobreza es un problema sistémico
Un estudio publicado recientemente por LACIR (The Latin American and Caribbean Inequality Review) del International Inequalities Institute de la London School of Economics and Political Science en conjunto con el BID revela que hasta el 50 por ciento de la desigualdad de ingresos en América Latina puede atribuirse a factores heredados.
Entre los que destacan como la educación de los padres, su ocupación, el color de piel y la geografía de nacimiento.
La desigualdad no sería un problema si esta fuera aleatoria, pero no lo es, es persistente, las dinastías de pobres y ricos se mantienen generación tras generación.
Los hijos de los más ricos siguen ricos, los hijos de los más pobres siguen pobres, es evidencia científica alejado de cualquier ideología. Si existe esta persistencia es porque hay un problema sistémico.
El otro 50 por ciento de dicha persistencia de la pobreza a través de las generaciones tampoco es por decisión individual, sino estructural de las condiciones externas que rodean a las personas en pobreza que mantienen inamovible socialmente el curso de la vida de las personas.
Tal como lo describen Robinson y Acemoglu – uno de los 10 economistas más citados del mundo – a través de toda la evidencia científica recopilada en su libro Por qué fracasan las naciones.
Las condiciones estructurales en los sistemas socioeconómicos y políticos latinoamericanos a menudo reflejan profundas brechas en acceso a recursos y oportunidades, exacerbadas por políticas ineficaces y corrupción.
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La redistribución de la riqueza es crucial
El fracaso de los gobiernos populistas de izquierda en dar respuesta a las necesidades de la población ha llevado a un desencanto generalizado, propiciando el avance de movimientos populistas de derecha.
Estos gobiernos también ideológicos promueven políticas económicas que exacerban las desigualdades centrándose en el indviduo en ven de en el sistema en su conjunto.
En este contexto, el fomento del emprendimiento basado en la innovación aparece como un potente generador de igualdad.
El fomento estatal y la regulación que facilite el desarrollo de emprendimientos tecnológicos y el apoyo a los innovadores locales ayuda a reducir la brecha económica y aumenta la movilidad social.
Estas iniciativas pueden proporcionar las herramientas necesarias para que individuos de todos los estratos socioeconómicos puedan participar activamente en la economía global y beneficiarse de sus frutos.
Además, la responsabilidad de las empresas en la redistribución de la riqueza es crucial.
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Desmantelar mitos
El estudio “Corporate Practices and Socio-Economic Impact” del Institute for Business Ethics expone cómo las prácticas de remuneración justa y las iniciativas reales de responsabilidad social corporativa ayudan a mitigar la desigualdad.
Asimismo, el “Annual Review of Corporate Contributions” revela que las empresas que invierten en sus comunidades no solo mejoran su imagen pública, sino que también contribuyen significativamente a reducir la desigualdad social.
Es necesario desmantelar el mito de que “el pobre es pobre porque quiere”, alejarse de los coach de riqueza fácil y acercarse a la evidencia científica que puede propiciar caminos hacia una prosperidad más amplia a través de la política pública y el desarrollo de empresas lideradas por emprendedores conscientes de su responsabilidad dentro de la sociedad de la que forman parte.
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