Miles de jóvenes en México no tienen la opción de estudiar, pues trabajan para ayudar a sus familias, pero este exbanquero cree que también tienen derecho a una educación de calidad.
Fue un shock que le cambió la vida. Lo que estaba viendo no entraba en su cabeza de economista. Jóvenes graduándose como universitarios con las sonrisas desbordadas, mamás y papás llorando de emoción. Se dio cuenta de que era en la educación donde se podía hacer un cambio profundo en la sociedad.
Ricardo Phillips descubrió ahí su nuevo propósito en la vida. Graduado como economista en el ITAM, y con un MBA en la Kellogg School of Management de la Universidad de Northwestern, tuvo una brillante trayectoria como financiero y banquero, haciendo eficientes los procesos y mejorando la productividad de las empresas que tocaba.
MIT SMR México se financia mediante anuncios y sociosFue CEO en varias empresas de clase mundial hasta que, por azares del destino, lo invitaron a dirigir la integración de la UNITEC al grupo Laureate Education, donde vio que cada alumno graduado podría convertirse en un agente de cambio en beneficio de su familia, pero también del país.
“Ahí me empezó a caer el veinte y me dije: ¡Qué negocio más noble! Así, poco a poco, me fui enamorando”, cuenta.
En mayo 2017 llegó la oportunidad que esperaba. Se convirtió en partner de Linzor Capital que buscaba invertir en una universidad privada. Encontraron la Universidad Insurgentes, donde se quedó al frente como director general, con el reto claro de ofrecer educación de calidad a un bajo costo.
Se trata, en su mayoría, de jóvenes que trabajan para pagar sus estudios y ayudan a sostener la economía familiar.
“Estos chavos más o menos ganan 6 mil pesos, pero en el momento que tienen un título empiezan a ganar 12 mil, con la posibilidad de ir mejorando”, dice.
Cuando una familia logra incrementar sus ingresos, gracias a que uno de sus miembros se graduó, crecen las posibilidades de mejoría para todos.
“Los escuchas decir: ‘Ya me alcanza para ahorrar para un coche’ o ‘Ya puedo ir a conocer la playa’, o sea, cambia su dinámica y su estilo de vida”, platica.
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La transformación de la Universidad Insurgentes fue radical a partir de que Ricardo la adoptó como su “bebé” más preciado.
Rompió el molde de la educación tradicional con el objetivo claro de ofrecer enseñanza de calidad, alineada a las necesidades del mercado, pero que no fuera prohibitiva, sino accesible y, claro, que fuera parte de una empresa rentable.
“Si no puedes balancear la fórmula de los cuatro ejes: tu cliente, tu empleado, el medio ambiente y tu accionista, entonces no llegas”, explica.
El cambio se logró al seguir varios pilares de trabajo:
Desde que arrancó esta aventura, Ricardo ha graduado a más de 40 mil alumnos de los segmentos económicos C- y D+, a quienes se les cierran las posibilidades de estudiar en otras escuelas privadas por el alto costo de la carrera.
Así, les ha dado la posibilidad de cambiar su vida y la de sus familias, poniendo a su institución a la par de las mejores de México, con varias certificaciones nacionales e internacionales que lo respaldan.
Entre bromas, pero lleno de orgullo dice:
“Yo compré una escuela patito y ahora me siento al lado de la Anáhuac y el Tec de Monterrey”. No es, para nada, un trabajo fácil, pero cada que se gradúan nuevos jóvenes, sabe que ha valido la pena: “Es agotador, pero muy mágico”.
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