Las empresas tienen la responsabilidad de liderar el camino hacia una economía baja en carbono y aunque el futuro positivo implica situaciones más allá de la reducción de las emisiones, se trata de contribuir activamente a la captura de carbono y la preservación de la biodiversidad.
Otro año ha comenzado y ante nosotros tenemos la oportunidad de avanzar con paso firme hacia los objetivos planteados para este ciclo y lo que resta de la década.
Si nos detenemos un poco a pensar en lo que representa 2024, indudablemente tenemos que reparar en que ya casi estamos a la mitad del camino de los 10 años que empezaron en 2020.
2023 fue una época de transformación, adaptación y cambios de dirección luego de la pandemia.
En muchos sentidos avanzamos en un breve lapso lo que se esperaba que cambiara en 10 o 15 años; descubrimos que, tras un tiempo de encierro, las actividades productivas no volverían a ser las mismas y que la sustentabilidad es más que nunca un deber de las empresas y no sólo tachar un punto en una lista de pendientes.
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En esta oportunidad, quiero abordar conceptos que tienen la posibilidad de revolucionar las formas en las que producimos, generamos nuevos modelos de negocio y enfrentamos los grandes retos de la humanidad. Ante la creciente conciencia ambiental y la necesidad apremiante de abordar desafíos como el cambio climático, las empresas se encuentran en una encrucijada.
La búsqueda de modelos de negocio sostenibles y socialmente responsables ha llevado a la aparición de Net Positive, el primero de los conceptos que mencionaba.
Este paradigma va más allá de la mera responsabilidad corporativa; busca no solo reducir el impacto negativo en el medio ambiente, sino también contribuir activamente a su regeneración y mejora.
Ser Net Positive implica que una empresa no sólo compensa su huella ambiental y social, sino que va más allá al generar un impacto positivo. Se trata de ir al corazón de la sostenibilidad, al adoptar prácticas que beneficien a las comunidades locales, restauren los ecosistemas y fomenten un desarrollo económico equitativo.
Para alcanzar este “estado”, las empresas deben medir y comprender su huella ambiental y social. A través de tecnologías y procesos innovadores, pueden compensar sus impactos negativos mediante inversiones en proyectos de conservación, energías renovables y contribución en comunidades locales.
La reducción de residuos, la reutilización de recursos y materiales o el reciclaje de agua obliga a un replanteamiento de las cadenas de producción y plantea una nueva concepción de los productos para su máximo aprovechamiento desde las materias primas con las que se elaboran hasta lo que sucederá con ellos al finalizar su vida útil.
Para ello, resultan de suma importancia la investigación y desarrollo centrados en la sostenibilidad, pues pueden conducir a soluciones innovadoras que beneficien tanto a las empresas como al planeta, además de inspirar a otras organizaciones a buscar un futuro positivo.
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Las empresas tienen la responsabilidad de liderar el camino hacia una economía baja en carbono y aunque el futuro positivo implica situaciones más allá de la reducción de las emisiones, se trata de contribuir activamente a la captura de carbono, la preservación de la biodiversidad y un enorme etcétera.
Al adoptar el modelo Net Positive, las empresas contribuyen a la construcción de una economía global basada en la sostenibilidad, equidad y resiliencia, se convierten en punta de lanza para que otras sigan su ejemplo y crean un efecto dominó que transforma la forma en que los negocios interactúan con el medio ambiente. El Futuro Positivo.
Este enfoque no es simplemente una opción para las empresas, sino una necesidad imperante en la actualidad. Al abrazar este paradigma, las empresas pueden no sólo asegurar su propia viabilidad a largo plazo, sino también desempeñar un papel crucial en la creación de un futuro donde la relación entre las empresas y el planeta sea verdaderamente simbiótica.
Tony Sarraf es Vicepresidente y líder de mercado de Ecolab para Latinoamérica Norte.