La mala suerte existe, sí, pero también la buena. Con todo y los vuelos defectuosos y personas envidiosas, tienes un noble trabajo y estas vivo. ¿Qué más suerte necesitas?
La mala suerte existe, al menos así lo creía Napoleón al reclutar generales preguntando por su suerte y su talento; si tenían solo talento, los rechazaba.
Warren Buffett cada vez que puede, menciona la buena suerte que tiene al hacer lo que le gusta; y no es el único millonario en hablar de su buena suerte.
Jeff Bezos dice que siempre se necesita un poco de suerte en los negocios, Steve Jobs la llamaba juguetonamente serendipity y él se consideraba un suertudo.
Richard Branson cree que la suerte existe, y dice que hay que estar preparado para recibirla.
Howard Schultz, que adquirió a Starbucks cuando solo vendía grano de café, de igual forma se regodea en la suerte que tuvo al encontrarse con la cultura del café espresso en Italia. En fin, para los grandes jugadores la fortuna existe.
Si a la mala suerte la definimos como una constante de infortunios recurrentes y poco probables, tal vez al racionalizarla empecemos a domarla. Pero, primero imagina que te pasa lo siguiente.
Después de una serie de malentendidos “curiosos”, un cliente te cita en el hangar (¿por qué ahí?, por millonario), todo sale bien en tu visita y cierras la venta de un servicio importante.
El cliente no firma el contrato aún, pero te da luz verde y te adelanta dinero. Poco después y repentinamente, te cancela todo por medio de un tercero, incluso cuando ya te había pagado una parte.
Sucedió esta desafortunada situación porque, ese tercero que te canceló, era una persona que el “millonetas” subcontrató como “coordinadora” del gran proyecto (que en pocas palabras pretende impulsarlo como un Trump mexicano con programa de TV donde es rudo, corre gente y todo), y muy probablemente sufrió envidia inconsciente al enterarse de lo que tú cobrabas.
Lo sabías… su cara de persona enojada con la vida te lo gritaba, y por eso no querías que supiera tus honorarios, pero el Mexican Trump no era muy cuidadoso en las formas, por decir lo menos, y le mostró tu cotización como carne cruda a un buitre.
¿Qué fue lo que tomo como pretexto para apañarse tu proyecto? No lo puedes creer… la “razón” fue que le pediste un contrato de confidencialidad ya que querías mantener toda la información protegida en beneficio de tu cliente.
Y ya que no firmó el contrato en un principio que incluía un NDA, tu socio aconsejó que la “persona coordinadora” firmara un contrato de confidencialidad por lo delicado de la información; y ella enloqueció.
Quería esa información para basar en ella sus campañas de relaciones públicas y redes sociales (ya que se percibía un poco perdida con el exótico personaje), y también… porque sí, porque ella era la “commander-in-chief”, no la simple “coordinadora”, y esto era un atentado a su autoridad.
Aunque sabes que de fondo simplemente salivó con lo jugoso de tu proyecto. Lo notaste cuando un día, de la nada, dijo:
“Yo
noquiero quedarme con lo que tú haces”.
Tacha el “no” y sabrás sus intenciones.
Aunque el calendario se estaba cumpliendo de tu parte (por parte del Trump Latino no, porque se fue de vacaciones y porque es Trump) y no había razón real para hacerlo, convenció al millonario de que tu empresa “no estaba funcionando”, con esas palabras exactas.
Lacónicamente y sin ahondar más, el Mexican Trump le dio un ultimátum muy acorde a su nuevo personaje:
“Haz que funcione o tu cabeza es la que va a rodar”.
Entonces ella, feliz por su enroque maquiavélico, ofreció la tuya.
¿Mala suerte? Sabes que todo eso no tiene que ver con supersticiones, quizás te equivocaste en tu comunicación, quizás no entendiste que la “commander” ya había decidido quedarse con todo a pesar de tus esfuerzos de platicar con ella en términos nobles y vulnerables para que se calmara… Pero ¿suerte? Eso no existe.
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La historia continúa, sigue imaginando que te sucede:
Tenías un vuelo programado para entrevistar al Trump, pero tuviste que cambiarlo de fecha, ya que después del desafortunado evento con la envidiosa, podías aprovecharlo para el mismo destino, ya que tenías otro cliente que también te había contratado en ese lugar. Ya habías trabajado con él, y era muy formal.
Quedas con él y te adelanta honorarios, trabajas lo acordado con tu equipo y a través de su respectiva “persona coordinadora”, amable esta vez … te empieza a dar largas.
Tú tenías una fecha programada para ver al buen cliente, pero… se acerca la fecha, y ya no te contestan. Te ves obligado a cambiar el mismo vuelo por tercera vez y calculas una fecha en el futuro (siempre ha sido muy formal). No hay más comunicación: se volvió un absoluto ghosting.
Te encoges de hombros, aun sin caer en supersticiones y cambias la fecha de ese vuelo, por cuarta vez, dirigiéndote a un nuevo y feliz destino, donde un prospecto te espera con los brazos abiertos. Se acerca la fecha y la comunicación se pierde. Piensas que te hará también ghosting, pero… reacciona y la cita sigue en pie.
Te levantas muy temprano ese día, haces todo con anticipación y llegas al aeropuerto.
El aparato de seguridad, donde abres las extremidades como estrella, detecta que traes algo enfrente; en tus partes nobles. Los policías dicen que es nueva regla llamar a “La Marina” para revisar estos delicados casos, pero demora tanto tiempo en llegar que pierdes el vuelo.
Tratas de pensar positivo, vas y compras otro vuelo, ya que el prospecto te está esperando.
Nuevamente ingresas por el filtro de seguridad, y el aparato detecta otra vez algo en tus “partes privadas”; como le llaman los policías.
Te revisa “La Marina” nuevamente, sin pronunciar una sola palabra ni hacer un solo gesto; su aprobación fue solo irse. Comienzas a pensar que eres biónico y te ríes como tonto.
Al fin te subes al avión y avisas a tu prospecto sobre la demora. El avión arranca, pero no despega y regresa a la puerta de embarque: está descompuesto.
Llamarías a esta constante de infortunios recurrentes y poco probables, ¿mala suerte?
¿Aun no? Terminemos el caso.
Por fin, llegas tu destino, todo sale bien y el prospecto acepta los términos del contrato; esta vez te aseguras comentar la firma del NDA por su propio bien.
Te duermes en calma para mañana despegar a las 11:30 a. m. Despiertas angustiado a las 3 a. m., presientes algo, tres minutos después te llega un mensaje: el vuelo de regreso está cancelado.
“¿Qué?”, exclamas mientras marcas, en ese mismo momento a la aerolínea. Contesta una persona semidormida a la que se le cae el estruendosamente el teléfono. Te ofrece (confundida) un vuelo hasta las 9 pm, la increpas y te hace caso para un vuelo más temprano. Advierte que te hará un down-grade sin reembolso y aceptas harto.
Sales a las 7 a. m., no hay recepcionista en el hotel “boutique” que más bien es “rustic”. No hay forma de hacer check-out, decides irte así. Pides un Uber, cuando vas a salir, la puerta eléctrica del hotel no abre, se acercan dos personas del hotel, lo intentan. Se rinden y se van sin decir nada. Sales por la puerta trasera.
Te subes al Uber, hay tráfico inusual. Te alegras de ser persona prevenida. Llegas al aeropuerto, presentas tu pase abordar y te lo rechazan. Vas al mostrador y te dicen que el vuelo está lleno, que estás en lista de espera que porque no compraste asiento. Tu ojo tiembla y espetas un “¿Pero por qué tendría que comprarlo? ¿Por qué la persona adormilada no me asignó el asiento?”
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Concluyamos lo siguiente: Si te pasó todo esto, o algo peor, y lo percibiste como mala suerte, existen dos caminos… dos cosas que hacer:
1. Acepta que la mala suerte no existe, solo eres una persona neurótica; en realidad los especialistas le llaman neuroticismo, pero… sabes a lo que me refiero.
Puedes aprovechar ese “neuroticismo” para escribir cosas como artículos, libros o hasta ser standupera. No te garantizo que triunfes, pero te vas a divertir y desahogar.
2. Admite que la mala suerte existe: Napoleón terminó secuestrado en una pequeña isla; Jeff Bezos perdió 36 mil millones de su fortuna en un divorcio porque le hackearon su celular y publicaron fotos con su amante.
Richard Branson perdió un par de dientes porque cayó en un bache andando en bicicleta; y a Steve Jobs no solo le quitaron su propia empresa de joven, después tuvo la peor de las fortunas al morir a sus 56 años.
La mala suerte existe, sí, pero también la buena… admítelo también: con todo y la persona envidiosa y los vuelos defectuosos, tienes un noble trabajo y estas viva. ¿Qué más suerte necesitas?
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