El dinero no solo paga cuentas, también abre caminos. Esta reflexión íntima y poderosa revela cómo muchas mujeres trabajan sin alcanzar verdadera independencia financiera, y por qué cambiar esa realidad empieza por hablar (y aprender) sobre el dinero sin culpa ni miedo.
Cuando una mujer tiene su propio dinero, cambia su vida. Cuando sabe usarlo, cambia también su destino. Lo digo desde la experiencia: aunque siempre trabajé, nunca me ocupé realmente de mis finanzas.
Al divorciarme, me encontré con una deuda estratosférica, fruto de malas decisiones que incluyeron no ahorrar, no invertir y asumir, por amor o por presión, las deudas de otro.
MIT SMR México se financia mediante anuncios y sociosEsa combinación —trabajo constante sin independencia financiera real— es una trampa en la que caemos muchas mujeres, incluso las más preparadas o exitosas profesionalmente.
El dinero propio no solo es un medio de intercambio. Es poder de decisión, protección y libertad. Sin embargo, en pleno 2025, millones de mujeres siguen sin acceso a productos financieros básicos, sin conocimientos sobre inversión, sin redes que les permitan construir resiliencia económica. Y esto no es una opinión: es una realidad documentada.
En México, apenas el 45 por ciento de las mujeres tiene acceso a algún producto financiero, frente al 55 por ciento de los hombres[1].
La brecha se amplía cuando hablamos de resiliencia: solo el 39 por ciento de las mujeres puede acceder de forma confiable a dinero en caso de emergencia, frente al 56 por ciento de los hombres, según el informe Global Findex 2021 del Banco Mundial.[2]
Estas cifras evidencian un problema estructural: en general, las mujeres son menos incentivadas a aprender sobre dinero, a tomar riesgos o a verse a sí mismas como inversionistas.
La industria financiera tradicional ha sido históricamente diseñada por y para hombres. Y, aunque se han logrado avances, la subrepresentación femenina en los espacios de decisión es clara: solo una de cada cuatro personas en consejos de entidades financieras en México es mujer.
Esto no es una coincidencia. Es el reflejo de una cultura que, por generaciones, ha colocado el tema financiero fuera del alcance femenino: primero, como una cuestión de control; después, como una omisión disfrazada de protección. Muchas aprendimos a administrar gastos del hogar, pero no a gestionar patrimonio. O nos enseñaron a ahorrar “por si acaso”, pero nunca a invertir con visión de largo plazo.
Esa omisión se convierte en vulnerabilidad cuando enfrentamos cambios inesperados como una separación, una pérdida de empleo o una emergencia familiar. Tener dinero propio no es suficiente si no sabemos cómo cuidarlo, multiplicarlo o protegerlo.
¿Qué es el impuesto rosa y cómo afecta a las mujeres en su economía diaria?
Por eso, hablar de educación financiera con enfoque de género es urgente. No basta con abrir espacios de inclusión financiera si no van acompañados de una pedagogía que tome en cuenta las realidades que vivimos las mujeres: ingresos muchas veces desiguales, mayor carga de cuidados no remunerados, menor tiempo disponible, miedo al error, desconfianza hacia las instituciones o simplemente falta de referentes.
Aprender de finanzas debería ser tan común como aprender a leer o escribir. Pero aún hoy, muchas mujeres adultas tienen su primer acercamiento real al tema solo cuando ya están enfrentando una crisis. Yo fui una de ellas.
En retrospectiva, no me culpo, pero sí me cuestiono: ¿qué habría cambiado si alguien me hubiera hablado de fondos de emergencia, de instrumentos de inversión, de diversificación de ingresos, cuando empecé a trabajar?
Más allá de las herramientas técnicas, necesitamos una transformación cultural. Hablar de dinero entre mujeres sigue siendo incómodo. A menudo, nos cuesta compartir cuánto ganamos, cuánto ahorramos o cómo planeamos nuestro futuro. Normalizar estas conversaciones es parte del cambio.
También es momento de resignificar lo que implica ser financieramente independiente. No se trata solo de “no necesitar a nadie”, sino de poder elegir. Elegir cuándo decir que sí o que no, cuándo cambiar de trabajo, cuándo apoyar a alguien más o cuándo priorizarnos. Porque el dinero no da la felicidad, pero sí puede darnos tiempo, seguridad, estabilidad y agencia.
Desde las empresas, las instituciones y los medios, también hay una tarea pendiente: fomentar una narrativa más cercana, aspiracional y accesible sobre el dinero para las mujeres. Mostrar que no se necesita tener grandes capitales para empezar, que todas podemos aprender, que hay errores recuperables y decisiones que se pueden tomar mejor acompañadas.
Hoy, estoy en un punto distinto. No porque tenga todas las respuestas, sino porque decidí hacerme las preguntas. Porque después de una caída financiera profunda, descubrí que la independencia económica no empieza con un salario: empieza con una mentalidad. Y que, como muchas cosas importantes en la vida, se fortalece en comunidad.
Replantear nuestra relación con el dinero no es solo un acto de inteligencia financiera, sino de justicia personal. Es hora de dejar de verlo como un tema tabú o intimidante, y empezar a entenderlo como una herramienta vital, que debe estar al servicio de nuestras decisiones.
[1] Deloitte. (2024). Inclusión financiera en México: retos y oportunidades 2024.
[2] Banco Mundial. (2022). La base de datos Global Findex 2021: Inclusión financiera, pagos digitales y resiliencia en la era de COVID-19. https://www.bancomundial.org/es/publication/globalfindex