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El origen de los cubículos

MIT SMR México 01 Dic 2020
El origen de los cubículos

Las cabinas, tan común en muchas oficinas, terminaron siendo exactamente lo que su creador no quería.


Por Martha Bir

Imagínate esta escena: una cuadrícula se extiende hasta donde alcanza la vista, filas y filas de escritorios iguales, colocados dentro de cada rejilla con paneles acústicos, aparatos idénticos en cada escritorio y, frente a estos, sillas de oficina producidas en masa, donde se sientan empleados que trabajan con la cabeza gacha bajo las luces frías que penden del techo.

¿Te suena? Si has trabajado en alguna oficina tradicional, probablemente tengas una imagen vívida de esta descripción. Bienvenido a la parcela de cubículos: fácil de construir, fácil de acomodar y fácil de extender o comprimir, según sea necesario.

Las parcelas de cubículos son consecuencia de una buena intención que perdió un poco el rumbo -o mucho-, como algunos dirían, incluida yo. Sabemos que estas oficinas tipo plantaciones no surgieron así como así, ya construidas, de la noche a la mañana; entonces, ¿cómo llegamos a esto?

El arquitecto innovador que terminó siendo “padre del cubículo”

Como todas las cosas hechas por humanos, el cubículo de oficina tiene su origen en la apropiación, la adaptación y, en cierta medida, la decepción en retrospectiva. El diseñador Robert Propst, presidente de investigación del fabricante de muebles Herman Miller, es por muchos considerado como “el padre del cubículo”. Sin embargo, es más preciso decir que creó el diseño Action Office; el cual, luego de distintas presiones insalvables, con el tiempo se convirtió en el cubículo que conocemos hoy en día.

Para Propst, el diseño debía concentrarse en ciertos principios clave que marcaron su carrera en distintos momentos y que, finalmente, acotaron su diseño para todo: áreas de juego, sistemas de reconocimiento de ganado, sistemas modulares para hospitales, equipos agrícolas, oficinas móviles para personas con capacidades diferentes y, por supuesto, espacios laborales. Muchos describirían su perspectiva como “humanitaria”: el bienestar de los seres humanos era fundamental en sus modelos de diseño.

En una serie de conferencias, patrocinada por el Departamento de Arquitectura y Planificación de la Ball State University, en 1967, Propst expuso su punto de vista sobre el papel de la arquitectura y la planificación para el ser humano: “Se debe construir buscando una amplia variedad de desempeño; [crear] formas que adopten el cambio en lugar de resistirse a él… Consideremos nuevas estructuras que incluyan al cambio como algo que necesita expresarse continuamente”.

A Robert Propst, quien se oponía al reduccionismo, no le gustaban las formas imponentes y dominantes, como las suites ejecutivas separadas de los empleados por largos pasillos, con mucho bronce, alfombras lujosas y muebles enormes. De hecho, él criticó la idea de las oficinas abiertas, popular durante la década de 1950, porque restaban privacidad y autonomía a los empleados.

Entendió que el significado simbólico del diseño tenía el potencial de reforzar las barreras de estatus, reproducir formas obsoletas de estratificación y excluir más que incluir o, al revés, tenía el potencial para crear un entorno más inclusivo. Si bien tomó en cuenta aumentar la productividad en beneficio del negocio, su visión para mejorar dicha productividad se centró en los principios humanistas de flexibilidad, modularidad, movimiento, comunicación y escala humana.

Robert consultó con profesionales en los campos relativamente nuevos de salud ambiental, ingeniería de sistemas y psicología social, junto con los de las disciplinas más establecidas de matemáticas, biología, economía y antropología. Particularmente, siguió el trabajo del fallecido antropólogo Edward T. Hall, cuyos extensos escritos sobre el tema de la cohesión social en un contexto cultural prestaron especial atención al tiempo y al espacio.

En su libro The Hidden Dimension (1966), Hall acuñó el término proxémica para describir que la forma en que definimos y encarnamos el espacio depende en gran medida de nuestra cultura. El mismo Hall opinaba que las culturas tienen diferentes normas en torno a conceptos relacionados con el tiempo (como la urgencia, temprano o tarde y el multitasking), así como diferentes visiones del mundo con respecto al espacio (como las referencias de lo social, lo íntimo, lo territorial, lo privado, lo público y las oficinas). En esencia, cada cultura requiere distintos elementos para sus espacios. La misma distancia que un latino podría considerar amigable para su espacio personal, puede parecerle ajena o hasta desagradable a muchos europeos, por ejemplo.

Propst asimiló las teorías de Edward T. Hall sobre el espacio y el tiempo en su propio trabajo de diseño. Para él, señalaban la necesidad de crear un sistema de oficinas propicio para coordinar las aristas culturales de tiempo y espacio, dentro de las cuales operaban los trabajadores, con el fin de lograr un máximo “intercambio de comunicaciones”. Según sus propias palabras en una conferencia en Ball State: “[El] único y más importante propósito del entorno es ofrecer el servicio de comunicaciones más elocuente posible, uniendo a las personas, o protegiendo a los individuos de la exposición ante mucha gente, o asegurando la exposición precisa a las personas indicadas”.

Con estas ideas en mente, Propst presentó la Action Office I, en 1964. Un prototipo diseñado para corregir la rigidez, austeridad y efectos alienantes de las oficinas más antiguas. En lugar de reproducir fila tras fila de escritorios pesados e inmóviles que obligaban a los trabajadores a permanecer sentados durante largas horas en una sola posición, unos junto a otros, diseñó un sistema de muebles modulares y divisiones configurables para que el empleado dispusiera de ellas según sus necesidades y estilo de trabajo individual. La capacidad de establecer diferentes alturas de pared y horizontes visuales, la implementación de escritorios de pie y esquinas en ángulos de 120 grados tenían la intención de optimizar el intercambio comunicativo entre colegas y, al mismo tiempo, brindarles el tiempo y el espacio para inspirar los procesos mentales individuales.

Es tristemente irónico que un diseñador, cuya intención explícita era apoyar el derecho del empleado a ser diferente, llegara a asociarse con el conformismo y el vacío impersonal de los cubículos. Es la clásica historia de una gran idea que salió mal; incluso antes de que el nuevo diseño de Propst se implementara, los cambios en el código tributario de Estados Unidos a principios de los 60, fomentaron el descarte del mobiliario que se asociaba con la oficina prototípica de ese entonces: los clásicos escritorios de roble y los grandes archivadores de metal.

Con base en las modificaciones fiscales, las instalaciones corporativas y los departamentos de adquisiciones descartaron el mobiliario de oficina como activos depreciados. Y empresas como Herman Miller comenzaron a vender muebles “desechables” hechos de cartón prensado y plásticos ligeros para ayudar a sus clientes.

El incentivo financiero propiciado por la oficina fiscal, no es la historia completa de cómo el Action Office se convirtió en el cubículo frío que ya conocemos; también influyeron los cambios demográficos en los espacios de trabajo, las nuevas tecnologías, el costo imparable de los bienes raíces y las gerencias que tenían el deseo de preservar el sistema taylorista de productividad y eficiencia, pretendiendo ganar más con menos.

El constante aumento de las fuerzas laborales oficinistas puso la eterna pregunta sobre la mesa: ¿dónde ubicar a estos empleados? En 1964, la oficina personalizable de Propst se hizo un espacio dentro de la oferta de Herman Miller. Estaba constituida por paredes móviles tapizadas, escritorios para trabajar de pie, un estilo ligero y elegante, aislamiento acústico, almacenamiento personalizable y estanterías de altura regulable. (Más tarde, tendrían que atender las emisiones de formaldehído de estos nuevos materiales).

La primera Action Office permitió la interacción interpersonal, ofreciendo al mismo tiempo espacios tranquilos (casi siempre frente a un aparato de tecnología vanguardista: una computadora personal). Este diseño se adaptó bien a las necesidades de los oficinistas y los sistemas Action Office finalmente se pusieron de moda, luego de varias modificaciones.

Los ejecutivos más conservadores sintieron que el diseño era demasiado moderno y demasiado caro, y los gerentes consideraron que el espacio dentro y entre las oficinas también era demasiado libre, por lo que dificultaba el monitoreo de los trabajadores.

En 1968, después de reducir su diseño al mínimo y tras varias alteraciones, la Action Office II llegó al mercado y obtuvo un éxito comercial mucho mayor.

Durante las décadas de 1980 y 1990, a medida que evolucionó la tecnología digital de las PC, el tamaño de las oficinas debía aprovecharse para adaptarse a la creciente afluencia de oficinistas. Este nuevo panorama vio surgir extensas oficinas corporativas y las dimensiones relativamente amplias de la Action Office -sobre todo por sus paredes en ángulo de 120 grados, diseñadas para propiciar la colaboración y la interacción- simplemente ocupaban demasiado espacio. Un espacio con ángulos de 90 grados demostró ser un diseño mucho más eficiente para sacar más provecho con menos y así nació la geometría del cubículo actual: filas y filas de cubos, como celdas de una hoja de cálculo masiva, donde se ingresan datos humanos de manera anónima y alienante.

Los diseños de Propst estaban destinados a humanizar la experiencia en el lugar de trabajo, pero la función superó a la forma. No es de extrañar que, años después, éste se lamentara: “No todas las compañías son inteligentes y progresistas. Gente vulgar dirige muchas de ellas. Hacen cubículos pequeños, diminutos, y meten a sus empleados ahí. Son lugares estériles, ratoneras”.

La propuesta de Robert Propst es, entonces, sorprendentemente relevante para la situación actual, pues todos estamos intentando comprender las nuevas formas de trabajo, las nuevas tareas del trabajador, las nuevas tecnologías y los nuevos espacios para laborar. Quienes podemos, trabajamos desde casa y experimentamos con nuestro propio estilo; nos hacemos de una habitación libre o la mesa del comedor, y procuramos acomodar el espacio para separar la vida laboral de la vida doméstica. Y adoptamos horarios fluidos entre actividades. Todo ello con diferentes grados de éxito; además, literalmente, estamos distanciados unos de otros por las medidas de seguridad de la pandemia.

Pocos extrañamos las parcelas de cubículos rígidos y diminutos que todavía son comunes en muchos lugares, o las oficinas abiertas, donde la concentración a veces es casi inalcanzable, más bien echamos de menos la capacidad de relacionarnos con nuestros compañeros en tiempo y espacio real.

En cierto sentido, hemos conseguido la mitad del ideal de Propst para tener una mejor vida laboral: podemos personalizar nuestras áreas de trabajo (limitadas por los aspectos prácticos de la vida doméstica), pero carecemos de las interacciones fortuitas y los efectos de la convivencia asociados con el espacio laboral visto como un centro creativo.

Las nuevas formas y diseños que surgirán a partir de ahora y la manera en que moldearán las identidades de los empleados y empleadores, la infraestructura organizativa y las políticas corporativas, siguen siendo un misterio. A medida que nuestro trabajo y espacios laborales evolucionan, haríamos bien en reflexionar sobre el diseño humanista de Robert Propst, donde el espacio promueve la autonomía, la creatividad, el intercambio y la productividad de las personas que lo comparten.

Artículo traducido por Elvira Rosales Abundiz, a partir de: https://sloanreview.mit.edu/article/enter-the-cube-farm/?og=Home+Editors+Picks

Acerca de la autora

Martha Bird (@anthro_tweeter) es antropóloga empresarial en ADP, especializada en comprender los contextos culturales del trabajo y los espacios laborales.

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