Colaboración, en lugar de competencia, tiene efectos positivos en lo económico y social, desde aprovechar mejor los recursos hasta lograr […]
Colaboración, en lugar de competencia, tiene efectos positivos en lo económico y social, desde aprovechar mejor los recursos hasta lograr el desarrollo en el largo plazo.
Hace poco más de ocho años, en una charla TEDx expliqué desde un punto de vista filosófico la diferencia entre las empresas que toman la responsabilidad social como el centro de la estrategia de su negocio, versus las empresas que conciben su existencia como un mecanismo para ganar dinero.
La respuesta en realidad es bastante sencilla: las primeras entienden que existen en un contexto ecosistémico en el cual son parte de algo más grande que su interés personal mismo, y este contexto es tan real y se materializa de forma tan abrumadora tanto a nivel económico, como social y biológico, que escapar de sus repercusiones es imposible.
Es evidente que algo en la forma en la que concebimos la economía está terriblemente mal. Para muchos científicos sociales y científicos económicos que estudiamos estos fenómenos está claro desde hace décadas que los modelos económicos emanados de la escuela neoclásica (i.e. neoliberalismo, monetarismo, etc.) no funcionan en el mundo real, como tampoco funciona la mirada demagoga populista de la economía.
Sin embargo, siguen siendo impulsados por gobiernos e intereses privados de forma tal que en el inconsciente colectivo la idea del libre mercado y la libre competencia es la respuesta al desarrollo económico. No lo es, estamos en camino a una implosión económica, social y ecológica sin precedentes; el reciente reporte sobre el cambio climático de la ONU lo confirma.
El filósofo de la ciencia más importante de los últimos cincuenta años, Mario Bunge, llamaba a quienes impulsan estas ideas, desde las escuelas económicas y a dichos economistas, como ecolásticos, es decir, ideológicos y dogmáticos. La idea de una economía basada en libre competencia dejó de ser científica hace mucho tiempo.
Descubrimientos reveladores
En los últimos años, junto con mi equipo hemos conducido una serie de investigaciones en Latinoamérica y Europa para entender cómo funcionan las relaciones entre los actores económicos y que se produce a partir de estas relaciones en un contexto ecosistémico.
Un contexto en el que la economía no se puede considerar un sistema cerrado a sus agentes, sino que pertenece a un sistema mucho más amplio que se cierre en el planeta mismo. La explicación de esta aproximación quedó plasmada en un paper que se publicó en 2019 como un marco de referencia de integración de ecosistema.
Estos estudios, que por el momento abarcan las principales ciudades de Latinoamérica y España –y continúan en estos momentos en Reino Unido, Alemania y Portugal–, han derivado inicialmente en una serie de reportes que se han publicado como herramientas disponibles para los actores de estos ecosistemas. Más allá de estos, el análisis de más de 6,000 relaciones de colaboración entre diferentes actores económicos de todas estas latitudes nos ha permitido entender mucho mejor cómo se construyen las estructuras de los ecosistemas económicos y cuál es el impacto de la competencia en aquellos que son menos colaborativos. Todo esto desde una mirada científica a partir de la teoría de sistemas complejos y utilizando modelaciones matemáticas que nos permiten las técnicas de Complex Network Analysis.
En un paper que se publicará en este mes (agosto de 2021) abordo dichos hallazgos. No es de sorprender cómo los ecosistemas económicos se comportan de la misma manera que los biológicos y la importancia que tienen las relaciones de cooperación en estos. Por años hemos creído que la competencia es el principal mecanismo de evolución en la biología –de aquí ha derivado la idea que es igual en la economía– pero nada tan alejado de la realidad. Toda la evidencia en la biología evolutiva apunta a que son los mecanismos de cooperación lo más recurridos para sobrevivir y evolucionar.
La NASA ha advertido recientemente sobre cómo la actividad humana está rompiendo con el equilibrio natural del ecosistema terrestre. Este equilibrio se conoce en biología como “capacidad homeostática” o “equilibrio ecosistémico”, el cual se sostiene principalmente a través de las relaciones de cooperación entre los individuos que pertenecen a dichos ecosistemas y entre sus comunidades. Este equilibrio se puede romper, ya sea a partir de cambios abruptos en el medio ambiente –como está sucediendo a partir de la intervención del hombre– o por ruptura en las relaciones de cooperación, cuando los mecanismos de competencia (depredación, parasitismos) superan a los de cooperación.
Apuesta por la colaboración
La evidencia presentada en este próximo paper llamado Why and How to Study Collaboration at the Level of Economic Ecosystems muestra que el mismo fenómeno sucede en los ecosistemas económicos. A medida que aumenta la colaboración entre los actores económicos y se desarrolla una mejor estructura para colaborar, la ‘eficiencia’ del ecosistema económico, la ‘robustez’ y capacidad de ‘resiliencia’ aumentan mientras se reduce su ‘propensión al colapso’. Es decir, aumenta la capacidad homeostática, mejorando las posibilidades de mantener el equilibrio ante cambios en el entorno (como la política pública, crisis económicas externas o una pandemia como la que estamos viviendo en estos momentos).
La colaboración tiene otros efectos positivos en la economía que aún estamos estudiando, tales como la eficiencia en la utilización de los recursos. No parece un secreto que la competencia desmedida lleva a la depredación de los recursos tanto sociales como ambientales. Es justamente este enfoque competitivo el que nos ha llevado a los límites en los que nos encontramos en estos momentos.
Lee también: Estan son las mejores estrategias para la colaboración digital
Los más grandes avances científicos y de innovación no son producto de la competencia, sino de la colaboración, una muestra de esto es la pandemia de SARS-CoV-19. Su nacimiento se debió a la depredación, su solución es producto de la colaboración.
Las motivaciones de los individuos juegan un papel fundamental en la manera en la que construimos relaciones y en la forma en la que desarrollamos negocios. Desde el punto de vista biológico, el propósito de la vida es prosperar y evolucionar, aunque estas dos condiciones sólo se pueden dar a partir del equilibrio ecosistémico producto de la cooperación, sin éste la vida no prospera. Por ello, los individuos de todo ecosistema biológico funcionan dentro de un balance instintivo; primero, por y para el ecosistema, un comportamiento fácilmente observable entre las abejas. Incluso los grandes mamíferos compiten para sobrevivir, pero cooperan para evolucionar.
Siguiendo la misma línea de pensamiento, aquellos que desarrollan negocios por su propio beneficio, a través de la competencia, aportan desequilibrio al ecosistema económico; mientras aquellos que desarrollan negocios por el beneficio del ecosistema mismo (económico, social y natural) aportan a mantener el equilibrio ecosistémico.
Finalmente, la competencia no es mala en su justa medida y en algunos aspectos del quehacer social; así es en los deportes. O como dijo alguna vez el general chino Sun-Tzu: “con nosotros mismos”. Pero la competencia no es, y nunca ha sido, el camino al desarrollo económico sostenible; quienes lo pensaron en su momento, se sostuvieron en pensamientos científicamente cuestionables, sin embargo, la idea se propagó porque hasta cierto punto dio mejores resultados que otros modelos.
El mundo requiere de un cambio de pensamiento radical, en la forma en la que nos relacionamos, en la forma en la que hacemos negocios y en la forma en la que interactuamos con nuestro medio ambiente. La colaboración en la economía puede surgir como una buena respuesta.